Dice un verso de Aleixandre que
“sólo la luz traspasa el cristal virgen”. El susodicho
“cristal” es símbolo del inhumano aislamiento que produce la
edad. Entre los jóvenes y los viejos no hay relación
posible: sólo media la luz. Necesitamos amor y cuidados,
sentirnos personas. Por desgracia, lo inhumano ha tomado
posiciones ventajosas. A veces la realidad supera a la
ficción, es cierto. Esto pasa, en parte, por injertar lo
irracional en el diario de nuestras vidas, en lugar de la
creatividad, del raciocinio; por inventarnos prisiones en
vez de liberaciones. Vivimos tiempos, como también ya nos
visionó el poeta de “espadas como labios”, adormecedores y
monótonos, cuyo efecto salta a los párpados de un niño que
busca y rebusca afectos que no encuentra en una sociedad
gestual y vacía, más atenta a las cataduras de apariencias y
formas que a la autenticidad. En buena parte del mundo no
hay libertad para vivir, otros llegan a malgastar su propia
vida, y en un santiamén se le ha ido de las manos. Como
acertadamente decía el filósofo latino Séneca, “la vida es
como una leyenda: no importa que sea larga, sino que esté
bien narrada”.
La literatura que propicia la ONU, de “nosotros los
pueblos…unidos por un mundo mejor”, ha de dejar el mundo
novelístico y pasar al mundo real. Esto exige alianzas
verdaderas, mundialización de éticas, prácticas de diálogo y
comprensión, ojos bienhechores en el cumplimiento de los
derechos humanos. Quizás haya que despertar y conjugar ideas
con obras, poner razones de sentido poético en la línea de
la defensa de los valores estéticos, cultivar el abecedario
de la justicia social y reconstruir el orden natural de las
cosas, o sea, el sentido común. Este anhelo dirigido y
digerido por la ONU, me parece una justa manera de convocar
al arte de la palabra, un buen modo de entrar a las gentes
de todos los horizontes si se hace desde el corazón. “Si una
palabra mal colocada estropea el más bello pensamiento”
–idea de Voltaire-, también una voz dicha en el momento
oportuno y en el lugar adecuado, puede arreglar muchos
males. La dignidad del ser humano está en su vida; una vida
que han de proteger todas las naciones.
Hoy la realidad europea, por ejemplo, brinda a sus
ciudadanos más libertad y seguridad que en otros tiempos. La
apertura de fronteras se ha extendido, y esto es una buena
noticia, pero con ello también la emigración ilegal y la
trata de seres humanos. Habrá que poner límites al cómo y de
qué manera se produce el flujo migratorio. Asimismo, el
paquete de medidas europeas sobre clima y energía renovable
también ofrece oportunidades nuevas e inesperados empleos,
pero de igual manera se destruyen otros puestos de trabajo,
acrecentando el desempleo. La Unión Europea ya es una
realidad imparable, que además debe existir, no sólo para
servir a sus ciudadanos, también para servir a todo el
mundo. Es más, las naciones de todos los continentes deben
unirse más allá de sus propios intereses, materializando sus
respetos, compartiendo sus avances, democratizando sus
órganos de poder. Es preciso crear oportunidades para toda
la ciudadanía humana, mediante un enfoque proactivo del
desarrollo globalizado, donde nadie se quede excluido.
La globalización nos ha cambiado el mundo para bien o para
mal, lo cierto es que cada día somos más interdependientes y
estamos más interconectados. Trabajar juntos en la dirección
del sentido natural y solidario será, desde luego, el mejor
aval en favor de una humanización de la vida. La
consideración a toda luz humana, el apoyo a la familia,
promover derechos sociales, impulsar una gobernabilidad
económica fundada en montos éticos, sembrar justicia y apoyo
humano a los más débiles y necesitados, proteger el hábitat;
son principios fundamentales de toda sociedad que aspire a
socializarse y a entenderse. No es bueno vivir al límite, en
la frontera de la desesperación, por mucha razón psicológica
que le inyectemos al individuo, hay que regenerar una
innovadora esperanza, que sólo podrá evitar la desilusión y
la frustración en la medida en que las soluciones se
globalicen y los problemas se compartan.
Más que vincularnos jurídicamente, nos hace falta
afianzarnos como seres humanos, hacia una humanidad que se
desarrolle bajo el rol de lo sostenible y sustentable
corporativamente. Sobre la mesa un manual conocido, el de
los valores basados en principios universalmente aceptados
por todo ser humano, pero arbitrariamente aplicados en
infinidad de ocasiones. Así no puede fructificar el
intercambio de experiencias, que, por otra parte, es el
mejor capital social. Lo suyo es construir un mundo, dentro
de los diversos mundos, en los que cada persona pueda
hallarse bien, consigo mismo y con los demás; pueda
encontrar la prosperidad justa y necesaria para vivir, -esto
hay que ponerlo en valor-, para que el ser humano pueda
crecer hacia dentro. Diferentes sí, cada persona es un mundo
como dice el dicho popular, desiguales no, y todos
necesarios. Hemos conquistado el ciberespacio como un juego
de masas que no escuchan, obviando que del escuchar procede
la sabiduría. Tal vez sea el momento de reconquistar los
interiores humanos para dejar hablar al corazón.
Conviene alejarse de una visión catastrófica, aunque todo
parezca derrumbarse, hasta la mismísima economía mundial.
Pero también debemos alistar otro horizonte y llevarlo a los
ojos. Con los pies en la tierra debemos decir ¡basta! Ya
está bien el aluvión de cargas de hipocresía que soporta el
planetario, los cargos corruptos que aguantan los gobiernos,
la picaresca que se enmascara en las normativas; y, aunque
no es de recibo echar más leña al fuego, si nos interesa
avivar un bien común mundial, en el que cada nación está
llamada a participar, dentro del marco de su soberanía
democrática. En suma, que todas las cuestiones humanas,
todos los acontecimientos, para quien sabe leerlos con
hondura, encierran una lección que, en definitiva, nos
remiten al humano ser como ser humano, al que sólo le puede
ayudar su misma especie.
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