Con motivo de las movidas, botellones y otras lindezas, se
aprecia una tendencia a cargar sobre los padres el peso de
toda la culpabilidad de estas situaciones límites a la que
se ha llegado, por aquellos que debían haber actuado de otra
manera, para tratar de evitarlas.
Me gusta comparar a los jóvenes con el agua, que está
dispuesta siempre a ocupar todo el espacio que encuentra y a
derramarse por todas las grietas y oquedades que se le van
presentando. En este símil, la educación sería como la
acequia que detenga y canalice ese flujo hacia la
consecución del importante objetivo de hacer personas
maduras. Esta es la actividad de los educadores y, sobre
todo, de los padres, máximos responsables de la educación de
sus hijos menores. Con frecuencia las acequias presentan
irregularidades que provocan torbellinos en sus aguas
mansas; pero pasado algún tiempo, el transcurrir de ellas se
vuelve nuevamente sosegado.
El problema se presenta cuando las acequias tienen grietas,
roturas y sumideros por un mal cuido de quien tiene la
obligación de mantenerlas en buen estado, incluso provocando
en ocasiones, averías maliciosas con intenciones aviesas.
Entonces, las acequias, los padres en este caso, no podrán
ejercer su cometido o lo harán con mucha dificultad.
Los jóvenes son proclives a intentar el placer inmediato, lo
que ellos llaman pasárselo bien, por ello están siempre
prestos a aprovechar cualquier resquicio que se le vaya
presentando. La educación consiste, precisamente, en tratar
de canalizar sus comportamientos.
Con el pretexto de proteger al niño de algunos padres
maltratadores, que los medios de comunicación se encargan de
airear hasta la saciedad, se crean unas leyes del menor que
socavan la autoridad de los padres, en su inmensa mayoría
dedicados totalmente a sus hijos, limitándoles así, su
capacidad de maniobra. Con un concepto erróneo de libertad,
libertad que debe estar siempre subordinada a la autoridad
de los padres, se promulgan leyes de educación que
incapacitan a los profesores a desarrollar su profesión.
Estas son las averías y las grietas provocadas por los que
deberían realizar el mantenimiento de las acequias, ayudando
a los padres y educadores a canalizar la formación de los
menores.
No son los padres, sino la progresía, la causante de la
lamentable situación actual, por su concepción de la
juventud y la familia; y por su inhibición, en unos casos, y
la promulgación de leyes inadecuadas, en otros.
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