Por si alguien no lo sabe todavía,
aquí estoy para decirle que yo trabajé un tiempo con
Manolo González Bolorino. Lo que no diré es cómo terminó
aquella relación laboral. Porque si no lo hice en su
momento, no creo que venga a cuento hacerlo hoy. Puede que
en alguna ocasión haya amenizado cualquier charla entre
conocidos con alguna de las anécdotas que nos tocó vivir.
Aunque nunca me dio por propalar lo que pensaba el hoy
director de Radio Televisión Ceuta, en aquellos años, de
Juan Luis Aróstegui.
Años en que Juan Luis y Manolo formaban una pareja muy bien
avenida y que ponían sus cinco sentidos, según decían los
demás, en servirse de la política para medrar. La imagen que
muchos tenían de GB era la del hombre que había decidido
participar en la vida pública con sólo fines materialistas.
Le acusaban de que sólo le importaba el dinero. Y que sabía
moverse entre bastidores de manera artera.
De aquel tándem, que durante varios años dio mucho que
hablar, quien salía siempre peor librado en las
conversaciones era Manolo. Y aunque solía aparentar que no
le afectaba lo más mínimo lo que otros pudieran pensar de
él, era evidente que iba acumulando sinsabores. Por decirlo
de la mejor manera posible.
Testigo fui de sus comentarios. De cómo en algunos momentos,
harto de ser el blanco de todas las censuras, necesitaba
desahogarse. Y fui conociendo, durante los muchos meses que
compartí trabajo con GB, qué clase de persona era Aróstegui.
Mediante la visión del socio que ponía rostro a las
decisiones que tomaba el otro.
Sí, ya sé que ustedes gustarían de saber cómo funcionaba esa
pareja. Qué amistades frecuentaban sus componentes. De qué
manera sacaban adelante las campañas electorales del PSPC.
Todas ellas ostentosas. Propia de la conducta de nuevos
ricos. Digo que ustedes querrían conocer datos, detalles,
hechos de aquellos años en los que Aróstegui llegó a ser
incluso concejal de Hacienda. Pero deben saber que, durante
los muchos años que llevo escribiendo, jamás perdí la razón
como para columpiarme en las alturas sin red. Y no creo que
ahora deba hacerlo.
Lo que si diré es lo siguiente: mientras que González
Bolorino sigue jugando sus cartas a su manera. Con esa
peculiaridad que le distingue y a la que casi todos nos
hemos acostumbrado. Faltaría más. Y vive convencido de que
su astucia es tanta como para beneficiarse de cuanto hace.
Ya sea como empresario o bien como director de un medio
público. Y es capaz de decirnos a veces cómo es y lo que ha
pretendido toda su vida y sigue pretendiendo –lo cual es de
agradecer-, Aróstegui continúa creyendo que es el hombre más
honrado que ha nacido en esta tierra.
Y subido en ese púlpito que le conceden los medios –por
cierto, vendidos a Vivas, como suele él denunciar a
cada paso-, Aróstegui da lecciones diarias de cómo hay que
actuar en todos los sentidos. Y nos habla con sencillez
impostada de que está cargado de ilusiones para salvar a
Ceuta del desastre a la que está abismada. Y dice sentirse
víctima de los que son poderosos. Y se nos revela como un
hombre dispuesto a salvar a los pobres de las garras de los
egoístas. De ahí su pacto con Mohamed Alí. Y... así
hasta hacernos creer que su vida no tiene que ver nada con
aquella otra compartida con González Bolorino. Éste, al
menos, es auténtico.
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