De los polígonos industriales, y,
por tanto, del puente del Biutz, llevo años oyendo y leyendo
cosas desagradables que suelen ocurrir cada dos por tres.
Porque la entrada a Ceuta y salida hacia Marruecos, por ese
paso, carece de la seguridad necesaria para acoger a miles
de porteadores, que diariamente no cesan de pulular por la
zona.
En dos ocasiones, debido al empeño puesto por alguien a
quien le tengo afecto, recorrí los polígonos y me di cuenta
de los peligros que encerraban unas instalaciones
inapropiadas para soportar el tránsito del ingente número de
personas que vienen a ganarse la vida. Las dos veces a que
me refiero, al margen de comprobar la falta de seguridad
existente, por más empeño que pongan los policías destinados
al efecto, pensé en que no era necesario adentrarse en los
barrios de Marruecos para cerciorarse de la pobreza que aún
debe reinar en ellos. Y me entristecí, de verdad, al ver la
miríada de mujeres que desfilaban ante mis ojos cargadas
cual reza el tópico: como mulas.
Mujeres, de todas las edades, que necesitan someterse a un
trabajo superior a sus fuerzas, para que los suyos puedan
comer. Mujeres que se marchitan en un tris y que están en la
vida, a partir de entonces, angustiadas por tener que volver
al tajo al día siguiente. Y ni tiempo tienen de darse cuenta
de que han entrado ya a formar parte de los que ya no son
aunque estén.
Y si encima, un día, dos compañeras de fatiga pierden la
vida en una montonera, originada por algo que provocó la
estampida en un sitio mortal de necesidad –escalera trampa-,
sólo nos queda agachar la cabeza y desearles a criaturas tan
pobres como desdichadas, que descansen en paz.
Que descansen en paz, criaturas tan pobres, mientras la vida
sigue y los empresarios de Ceuta claman para que se cierre
el puente del Biutz. Alegando que ellos apenas obtienen
ganancias porque dicho paso sirva de acceso a los polígonos.
En el entretanto, cómo no, los servicios jurídicos del SUP
estudian ya presentarse como acusación particular por las
muertes ocurridas en ese paso fronterizo que es recorrido a
pie por los porteadores marroquíes. Y lo hacen porque a
quien corresponde no se cansa de decir que él ha venido
augurando, desde hace mucho tiempo, que esas muertes se
podían producir. Presagio que se ha cumplido.
Y hasta conviene recordar que un medio anunciaba, un día
antes de la tragedia, que podía ocurrir una desgracia
calcada a la que se produjo al día siguiente. Y es que
existen anunciadores de una fiabilidad extraordinaria.
Vaticinadores de muertes capaces de acertar incluso el día y
la hora. Son ellos pronosticadores que deben estar sobrados
de conocimientos acerca de todo lo que subyace en esos
polígonos. Y lo más importante: dueños de una intuición
fuera de lo común.
Y mientras que los profetas viven su desgraciada gloria por
haber denunciado un hecho fatídico con exactitud de reloj
suizo, el siguiente paso consiste en zurrarle la badana al
delegado del Gobierno. Porque éste, dado que en política
siempre hay que elegir entre dos males, decidió seguir
manteniendo abierto el paso por el puente del Biutz. Para
que la gente pueda ganarse el sustento. Y los hay que
aprovechan la ocasión para alzar la voz contra él. Para
entrarle a degüello. Para ensañarse con él. ¡Viva la
valentía!
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