Siempre se ha dicho, que nunca
épocas pasadas fueron mejores. Y llevan razón quienes así
opinan, puesto que el mundo avanza constantemente, y
habernos quedados en épocas pasadas, sería un retroceso en
el avance de la vida. Cosa que nos llevaría a seguir
viviendo en las cavernas. Hasta ahí, totalmente de acuerdo
pero…
Siempre hay un pero, en todos los órdenes de la vida.
Resulta que van los médicos, y ante la obesidad que están
experimentando nuestro niños lo que supone un gran peligro
para su salud, aconsejan que se vuelvan a practicar, en los
recreos de los colegios, los juegos a los que nos
dedicábamos nosotros en nuestros tiempos, el juego del
pañuelo, rescate, tú la llevas, el pilla pilla, y otras
series de juegos que nos faltaría espacio para ponerlos
todos.
Indiscutiblemente, aquellos juegos que practicábamos en
nuestros tiempos, nos hacían hacer ejercicios físicos que
nos permitan mantenernos en forma, a pesar de que las
comidas no eran abundantes sino más bien escasas, pero
buenas comidas. Las patatas eran patatas, los garbanzos eran
garbanzos, las habichuelas eran habichuelas y los huevos
eran huevos del campo y no de los pollos de granjas.
Por cierto hablando de pollos. El pollo, los que tenían la
suerte de comérselo sin ser Navidad, era pollo auténtico
criado en el campo, de carne sonrosada, que nada tenían que
ver con los pollos que nos comemos hoy día, que le pegas un
bocado a un muslo y se estira como un chicle, debiendo tener
mucho cuidado no se rompa la carne, para evitar que te pegue
un viaje en la boca.
Hay que reconocer que en aquella época, etapa de hambre, no
es que los niños, me refiero a los niños de mi clase pobre,
nos sobrase la comida, todo lo contrario, pero lo poco que
comíamos era comida de verdad, nada de comida basura que
hace engordar a los niños, con las misma facilidad que
engordan los pollos de granja.
Si a esa comida auténtica, aunque fuese escasa, le añadimos
los juegos que practicábamos, el resultado era que estábamos
en perfectas condiciones físicas, aumentando nuestra
resistencia con aquellos partidos de fútbol, con una pelota
hecha con una media vieja de la abuela y rellena de papeles.
Por aquel entonces no existían esas maquinitas de matar
marcianitos, que hacen que los niños se peguen, horas y
horas, sentados el sofá jugando con ellas, haciendo menos
ejercicios que un caballo de mármol.
A ese no hacer nada de ejercicio le añaden la comida basura,
la obesidad entra en los cuerpos de los niños como Pedro por
su casa. Y ni te cuento, serrana del alma, lo sedentario que
se han vuelto todos con la llegada de Internet. Si con la
maquinita se movían poco, con Internet es que ni lo
intentan. Y, naturalmente, si no se hace ejercicio la
obesidad llega.
De acuerdo en que tiempos pasados no fueron mejores, pero a
pesar de tener más hambre que un caracol en un espejo,
hacíamos ejercicio que, hoy día, según los médicos, sirven
para luchar contra la obesidad. Algo hemos aportados a la
nueva generación.
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