No me gusta escribir obituarios. Y
no me gusta escribirlos, porque es decirle un adiós a los
amigos por los que he sentido un gran cariño, y ese cariño
siempre permanecerá en mi corazón mientas esté por este
mundo. Pero nobleza obliga a dedicarle unas letras a quienes
ya no están con nosotros, Maruja Miralles y Gregorio Blasco,
dos personas que con su trato dejaron huellas en mi alma.
Con Maruja he mantenido una gran amistad desde que la conocí
por ser la esposa de mi compañero, durante once años en el
Colegio del Valle, Ángel Guerrero. Han sido muchos años
tratándonos, compartiendo momentos agradables. Vernos y
pararnos a echar nuestro rato de charla, no lo podía impedir
nadie.
Me ha dolido en el fondo de mi alma el que Maruja nos haya
dejado. Pero mayor dolor he sentido cuando me he encontrado
a mi compañero, a mi amigo, su esposo Ángel Guerrero,
totalmente abatido ante tan irreparable perdida.
Verle sólo sin Maruja a su lado, se me hace imposible,
porque jamás uno se separaba del otro, luchando codo con
codo ante los problemas de la vida. Eran dos vidas en una
misma. Ejemplo de lo que debe ser una matrimonio. Desde aquí
compañero, más que compañero amigo, recibe el abrazo de
quien tu bien sabes, siente por los dos un gran cariño.
Gregorio Blasco, concejal del Ayuntamiento en la época de
Zurrón, es otro de mis amigos del alma que nos ha dejado.
Los momentos vividos con Gregorio son imborrables, pues era
muy joven cuando lo conocí, y pase a formar parte del cuadro
artístico que el creó, “Estrellas Juveniles”.
Cuántas horas hemos pasados juntos, dedicados a tratar de
llevar el arte por cada rincón de esta tierra. Sería
imposible enumerar las actuaciones que durante años llevamos
a cabo, él dirigiendo el cuadro artístico y yo, un niño,
presentando el espectáculo.
En aquella época de esa niñez, caminando con paso firme a la
juventud, conocí a sus hijos, Manolo y Carlos Blasco, con
los que sigo manteniendo una gran amistad que nada ni nadie
va a romper, porque los sentimientos de afectos y cariño,
como tales sentimientos, nada puede acabar con ellos, a
pesar de las lenguas de doble filo, capaces de inventarse
historias lejanas a la realidad.
Cuando el cuadro artístico desapareció, no por ello acabó
nuestra amistad, que se fue forjando durante los años.
Gregorio, desde su puesto de concejal de festejos, en cada
ocasión que lo requería acudía a mi con la certeza de que
jamás le diría que no.
Un día hace años llevado por una enfermedad, Gregorio, dejo
de salir a la calle, refugiándose en su casa, pero no por
ello deje de interesarme por mi amigo, eran muchas las
ocasiones que me acercaba al establecimiento de Carlos para
preguntarle por él.
Su fallecimiento me cogió fuera y al llegar me enteré del
mismos, sentí una enormidad no haber podido darle el último
adiós a un amigo de esos inolvidables.
Seguro, Gregorio, que cuando has llegado al cielo, habrá
sonado un pasodoble español y una mujer genial bailaora te
habrá salido a recibir moviendo los brazos como sólo ella
sabía hacerlo. No te olvides pedir por los que aún estamos
por estos lares. Gracias.
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