La agenda social carece de páginas
suficientes para cubrir el aluvión de necesidades. Los datos
son los que son. El desplome del consumo y la inversión en
España realza la fiebre del bochorno. Empapados por este
dislate, el único elemento positivo que nos resta, es la
rogativa. Miles de familias nadan como pueden para poder
salir de la riada de empresas que cierran sus persianas a
diario. El obituario del tejido empresarial es inmenso. A
muchos españoles, y aún más a los inmigrantes, sólo les
queda la plegaria al papá Estado o resignarse al dicho, que
no hay mal que cien años dure, aunque vayamos a ser los
últimos, según todas las previsiones, en superar este
tormentoso nubarrón de crisis.
Crisis que nos coge por todos los lados. Estas cosas suelen
pasar cuando la conciencia se excluye de la hoja de ruta
viviente. Se desploma el sentido común. Así, por ejemplo, a
estas alturas del siglo, cuando la ciencia parecía haber
avanzado a su más amplia expresión: tanto de las ciencias
experimentales como de las ciencias humanas; resulta que
algunos miembros del gobierno español llevan en cartera la
duda, haciendo despuntar un nuevo brete, el conceptual. No
acaban de entender: ¿qué es un ser humano? Aferrados a la
letra del buen gobierno, abecedario que por cierto no
entiende de despilfarro, precisan saberlo para extender o no
la receta del auxilio social. Lo lógico es que los
dirigentes políticos sean partidarios de velar por todos los
seres humanos. Pues no, alguna titular ministerial, todavía
no tiene claro que un feto humano, vertebrado vivíparo en
desarrollo, pueda llegar a ser un ser humano con derecho a
protección.
Dicho lo anterior, tronados por la variedad de crisis, cabe
declarar la ruina. Después que el trono del bienestar de la
madre patria ya es agua pasada, si bien cabe apuntar que
algunos jamás han probado ese manjar, ahora se viene
desplomando todo, y todo contra el ser humano. ¿Será que la
cultura de la muerte ha tomado por reino este país? A juzgar
por los fríos datos estadísticos y por lo que uno puede ver
a ras de vida, la situación que atraviesan cientos de
ciudadanos españoles es de ahogo y derribo. Ni la economía
sumergida, que la hay, puede saciar la desesperación de
varios seres humanos. Cada ser es una voz y, como tal, debe
ser tenida en cuenta. El hecho de que a los seres humanos
nacidos se les niegue el pan, o lo que es lo mismo, el deber
y derecho al trabajo, desdice lo que es un Estado social de
Derecho. Un trabajo que lleva siempre el sello de la
dignidad, ya que depende no tanto de lo que se hace, cuanto
de quien lo ejecuta, que es la persona. De igual modo, el
hecho de que los seres humanos no nacidos y los embriones
humanos no sean explícitamente protegidos, también abre la
puerta a la destrucción del itinerario humano en el mundo.
En suma, que entre nacidos y no nacidos vamos de mal en
peor: nosotros mismos somos nuestro vil enemigo.
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