Un amigo mío, cada vez que salía a
relucir alguna conversación sobre los niños, decía siempre
la misma frase: “los niños de pequeños están para
comérselos, y de mayores se arrepiente uno de no habérselos
comido”. Que conste para que no haya equívocos, en defensa
de mi amigo, que sólo es una frase hecha, que es un gran
tipo, magnifico padre y que se le cae la baba cuando pasea
con su nieto.
Los niños son pequeños monstruitos, sin término peyorativo,
con los que hay que tener un cuidado enrome a la hora de
educarlos. Darle todos los caprichos al niño, es uno de los
mayores errores que se pueden cometer para su educación.
Pues basta darle un dedo para que el niño se quiera comer la
mano entera.
De ahí el error de algunos educadores, de esos llamados
progresistas, que ha tenido el convencimiento de que al niño
se le debe tratar de igual a igual, sin que haya diferencia
alguna entre el educador y el alumno, tanto uno como otros
son Pepitos, Miguelitos o Juanito.
El resultado obtenido, con ese sistema de somos iguales,
salta a la vista, el primer día el niño le dice al profesor
Juan, el segundo le llama Juanito o Juanillo y el tercero si
no le conviene lo que le dice el profesor, le da una patada
en las espinillas o saca el teléfono móvil y se pone a
hablar en clase, sin que su colega el profesor, porque son
colegas, le pueda llamar la atención, para evitarse la
contestación que el alumno le va a dar.
El niño, sin duda alguna, se pega como una lapa, a aquel que
le da todos los caprichos que, por pura lógica, son los
abuelos. Mientras estos les den todo cuanto ellos pidan,
serán sus seres más queridos. Pero el día que, por
circunstancias, no se lo puedan dar, le nieguen algunos de
sus caprichos sus abuelos, aquellos que le dieron todos,
serán sus máximos enemigos.
Ahora se les ha dado la posibilidad de que, a los dieciséis
años, puedan tomar la decisión, sin permiso paterno para
abortar, un permiso que necesitan incluso para ponerse un
tatuaje y no digamos nada si se tienen que someter a una
operación, cosa que no podrán realizar sin la autorización
paterna.
No cabe duda la gran satisfacción que han sentido los niños
de dieciséis años al saber que pueden decidir abortar con su
sólo consentimiento sin necesidad del permiso paterno. Pero
más que un acierto, desde mi particular punto de vista, se
ha cometido un grave error.
Esos niños querrán más mucho más pues pensarán, dentro de
toda lógica, que si pueden decidir abortar, de la misma
forma creerán que tienen el mismo derecho para poder comprar
alcohol o tabaco. Y a no tardar mucho lo exigirán.
Y ahí es donde, verdaderamente, empezará el problema para
aquellos que les han permitido abortar por decisión propia a
los dieciséis años. Entonces, ellos, considerarán que van
contra sus intereses, y todo el cariño que manifestaron a
favor de los que le dieron la oportunidad del aborto a los
dieciséis años, desaparecerá para hace de ellos sus enemigos
a batir pues, sin duda alguna, les han privado de sus otros
caprichos. ¿O no?
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