Ha llegado hasta mis manos un documento que por su interés,
no me resisto a compartir con Uds. Es una pena que la
dimensión de este espacio no permita la reproducción
completa; pero al menos voy a leerles lo que considero más
interesante.
Es una carta a su hijo de Jean Jaures, diputado del Partido
Obrero Francés, que en 1905 consiguió unir bajo su liderazgo
a los socialistas franceses. Se publicó en el periódico
L´Humanité, hoy órgano del partido comunista, que unos años
antes él mismo había fundado.
Dice así:
“Querido hijo: me pides un justificante que te exima de
cursar la religión, un poco por tener la gloria de proceder
de distinta manera que la mayor parte de los condiscípulos,
y temo que también un poco para parecer digno hijo de un
hombre que no tiene convicciones religiosas. Este
justificante, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré
jamás.
No es porque desee que seas clerical, a pesar de que no hay
en esto ningún peligro, ni lo hay tampoco en que profeses
las creencias que te expondrá el profesor. Cuando tengas la
edad suficiente para juzgar, serás completamente libre; pero
tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación
sean completas, no lo serían sin un estudio serio de la
religión.
Te parecerá extraño este lenguaje después de haber oído tan
bellas declaraciones sobre esta cuestión; son hijo mío,
declaraciones buenas para arrastrar a algunos, pero que
están en pugna con el más elemental buen sentido.
¿Qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo
entero después de Jesucristo, sin conocer la religión, que
cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? El
arte, las letras y hasta en las ciencias naturales y
matemáticas encontrarás la religión.
La religión está íntimamente unida a todas las
manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la
civilización y es ponerse fuera del mundo intelectual y
condenarse a una manifiesta inferioridad el no conocer una
ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días
tantas inteligencias preclaras.
Te sorprenderá esta carta, pero precisa, hijo mío, que un
padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso
podría excusarme de esa obligación”.
El valor de estas manifestaciones cobra un relieve especial
por su procedencia y pueden servir para hacer reflexionar a
los reacios al estudio de esta asignatura en nuestros
colegios.
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