La tierra hasta ahora siempre ha
tenido más muros que puentes. En esto no hemos avanzado. Y
lo trágico, como ha dicho Benedicto XVI en Israel, es que
todavía se sigan levantando murallas para izar el odio y la
venganza. Abramos todas las tapias, es tan preciso como
necesario, tan urgente como vital. Dondequiera que los seres
humanos pongan barreras, debemos poner comprensión y
entendimiento.
Claro que hay que romper las vallas, pero ¿con qué ingenio?
Sin duda alguna, hemos de buscar la manera de ablandar los
corazones endurecidos. Cada día, los medios de comunicación
social, trasladan a nuestros ojos imágenes que nos
aprisionan. Son llamadas que debieran motivarnos a la
apertura, a la reconciliación, a la solidaridad de los
brazos abiertos. La humanidad no puede tapiarse una sobre
otra. Estos parapetos lo único que hacen es echar leña al
fuego y avivar la sed de revancha. Tengamos fronteras, si
debe haberlas, pero no frentes ni medianeras, que nos
enfrenten.
Los muros del rencor y de la codicia, que aún nos separan
unos de otros, acrecientan las hostilidades e indiferencias.
Todo esto pasa porque el mundo, los diversos gobiernos de
este globalizado mundo parapetado en las armas antes que en
el corazón, todavía no combate con el escudo de la justicia
en común.
Nadie puede ceder a la tentación del desaliento y de la
revancha: el respeto a la vida, la solidaridad internacional
y el cumplimiento de la ley deben prevalecer sobre los
murallones de crueldades y violencias. Habría que reforzar
mucho más, pienso, la mediación internacional como medio
fundamental para el arreglo pacífico de controversias, en lo
posible antes de que éstas pasen a la etapa de fuego. Lo
malo es que vamos a seguir levantando paredes, mientras se
recluten niños para la guerra, en vez de reclutarlos para la
educación.
Precisamente, en las zonas de conflicto armado es donde más
habría que potenciar las enseñanzas. Donde hay educación no
hay distinción de clases, dijo Confucio.
No le faltó razón, porque las enseñanzas que lo son en
valor, templan el alma. Todas las naciones deberían
considerar esto.
Volviendo la mirada a los muros de la patria mía, aquí
tampoco nos libramos de los diques separatistas.
El boicot al himno español, alabanza de la indisoluble
unidad de la Nación española, promovido por varias
organizaciones independentistas catalanas y vascas, en la
final de la Copa del Rey de fútbol, es un claro y bochornoso
ejemplo de actualidad.
Estos actos son intrínsecamente perversos, nunca
justificables y menos en un evento deportivo, que siempre ha
de estimular a la persona a dar lo mejor de sí.
Por desgracia, aún desciframos torpemente el mundo, sobre
todo cuando enaltecemos baluartes que nos dividen. Abajo
todos los muros del egoísmo, la maldad que nos sirven o nos
la servimos en bandeja, para desgracia de toda la especie
humana.
|