Supongo, y no creo aventurarme demasiado, que el Gobierno
dio orden a Televisión Española de que sustituyera el himno
de España por conexiones en directo con Bilbao y Barcelona.
Los de la televisión pública se quejan cuando le quitan la
Champions y la Fórmula 1, pero lo piden a gritos. Conectaron
tarde con el partido; las entrevistas con políticos, Rey y
demás las sacaban del congelador y hacían como si fueran en
directo; los comentaristas, Milla y Urzáiz, no daban ni para
un cuarto de final de la UEFA entre el Lokomotiv de Moscú y
el el Maccabi de Tel Aviv. Para colmo, el primero de los
acontecimientos, el himno de España, nos lo quitaron, en vez
de dejar que a los españoles nos reventaran los nervios al
tener que soportar como los snob-independentistas beben de
nuestras tradiciones para luego mearse en ellas. Después,
tenemos que soportar la doble moral de los aficionados del
Athletic, cuando recriminaron a uno de sus aficionados por
haber lanzado una lata de Nestea en el coco a Dani Alves,
pero no reprendieron a quienes silvaron el himno de un
torneo que nos pertenece a todos. A la conclusión del
partido tenemos que escuchar al maquiavélico Laporta,
agradeciendo a las dos aficiones el comportamiento ejemplar,
para que los españoles, en nuestras casas, asimilemos por
inconsciencia que los pitos y la deshonra a nuestro himno
son una consecuencia de la opresión que ejerce el resto del
país hacia ellos. De verdad, a veces me gustaría verlos
jugando contra el Sestao y contra el Sant Andreu las finales
de las copas de la República abertzale y de la República de
Tarradellas. De verdad que me gustaría ver a Henry con la
senyera a cuestas celebrando esa otra copa y manifestando
que el Barcelona es lo más grande. Tanto una afición como
otra saben que beben de nuestra sangre, son vampiros y sin
España no serían más que un punto en el mapa.
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