Nunca he hablado con él. Y
tampoco, por razones varias, hemos coincidido como
profesionales del deporte rey. Y, desde luego, no sé nada
sobre sus conocimientos futbolísticos. Porque jamás he
tenido la oportunidad de verle trabajar ni, mucho menos, he
podido comprobar cómo reacciona en el banquillo ante las
necesidades que le impone el juego.
De Carlos Orúe sólo sé que es de Jerez de la
Frontera. Que ha entrenado a equipos de relieve en la
categoría. Lo cual le ha permitido obtener algunos éxitos
destacados. Y que a pesar de ello, todo hay que decirlo, no
ha conseguido ver realizado su sueño de entrenar en Primera
División.
Con lo cual estoy por asegurar que más de una vez habrá
pensado, y no sería el primero, que otros con muchos menos
méritos que él lo han logrado. Y a partir de ahí puede que
le hayan surgido más dudas de las habituales y hasta que
haya llegado a plantearse la necesidad de no caer en la
rutina. La que suele manifestarse en la enseñanza de sólo
tres cosas que uno cree que nadie puede mejorarlas.
Válgame el introito como alegato para dejar muy claro que yo
no tengo nada en contra del todavía entrenador de la
Agrupación Deportiva Ceuta. A quien sí le critiqué, en su
momento, que dijera que se aburría muchísimo en Ceuta. Y por
tal motivo, pedía que le contrataran a un técnico para
dedicarse él a ver vídeos.
Porque esas declaraciones de Orúe me parecieron inadecuadas,
improcedentes, chocantes. Propias de alguien muy osado o
falto de sentido común. No quiero ni imaginar lo que hubiera
sucedido si ese desinterés por vivir en esta tierra lo
hubiera hecho público, verbigracia, un delegado del
Gobierno. Le habrían armado la de Dios es Cristo. Por menos
han sambenitado aquí a forasteros. Aquí y en cualquier otro
lugar.
Pero no se trata de recordar tal metedura de pata con ánimo
de molestar. Sino de aclarar algo que he observado: a Carlos
Orúe le aburren también los secretarios técnicos. O, al
menos, le producen tedio los que contrata la ADC.
A los hechos me remito: cuando se requirió los servicios de
José Enrique Díaz, al técnico jerezano le faltó
tiempo para salir corriendo.
Y ahora, en cuanto se ha anunciado la contratación de
Fernando Abad -madrileño castizo- como secretario
técnico, ha torcido el gesto y ha mostrado ya su
disconformidad. Más o menos ha aireado que en su
contratación no tiene que intervenir nadie. Que él sólo se
entenderá con los directivos.
Respuesta que evidencia la poca simpatía que Orúe le tiene
al tal Abad. De modo que al primer tapón, zurrapa. Vamos,
que la cosa no ha podido comenzar peor. Y, claro, el
madrileño castizo ha tenido que tragarse el primer sapo.
Pero no crean que hombres así, acostumbrados a manejarse
bien en la sombra, perdonan. En absoluto. Y día llegará, si
la cosa no funciona, en que Orúe pague con creces su desaire
al nuevo empleado del club. ¿Cómo?: en forma de campaña
negativa. Que suele hacerse disimuladamente, a escondidas. Y
la directiva, que ahora está en Babia, dirá entonces que
conviene sacrificar a una de las partes. Y si le toca perder
a Orúe, no sería extraño que Abad se sacara un as de la
manga: la contratación de Braojos. Si éste estuviera
libre. En el cual confía ciegamente. Así como suena.
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