Los representantes de los vecinos
de las barriadas van reuniéndose con el presidente de la
Ciudad para ponerle al tanto de cuáles son sus necesidades
prioritarias. Que es la mejor manera de hacer estas cosas.
Es decir, hablando directamente con la máxima autoridad. De
modo que luego nadie pueda llamarse a engaño de lo que en
esas reuniones se haya expuesto.
Al igual que el gobierno está en su perfecto derecho de
airear que nunca antes se había previsto invertir tanto
dinero en los barrios como ahora. Con el fin de mejorarlos
en todos los aspectos. Una necesidad que no admite vuelta de
hoja. Ya que el presidente cuando viaja es muy dado a pasear
por la periferia de la ciudad visitada, a fin de observar
detenidamente en qué estado se encuentran los barrios. Y
tuerce el gesto cuando ve que el abandono sólo produce
decadencia y ésta se convierte en ruina donde busca cobijo
todo lo mortecino.
Pero no es del presidente de la Ciudad de lo que yo quiero
hablar hoy ni tampoco de la labor que pueda estar realizando
Gregorio García Castañeda. Y ni siquiera del
presidente de la Federación Provincial de Asociaciones de
Vecinos. Sino referirme a alguien que me ha venido a la
memoria mientras leía la información acerca de la última
reunión en la que Benzú ha pedido más atención en seguridad
y equipamientos.
Ese alguien era Joselito: presidente de la Asociación
de Vecinos de la barriada Juan Carlos I. A quien conocí a
principios de los años ochenta. Cuando todo lo referente al
movimiento vecinal estaba en sus balbuceos.
Joselito era un personaje singular. Y chamullaba de su
barrio de manera tan primaria como convencido de que estaba
en posesión de la verdad de lo que defendía. De sus escasos
conocimientos, según decían, se chufleaban los de siempre.
Los que se consideraban más preparados del lugar. Y a mí,
que lo conocí un día por casualidad, me cayó la mar de bien
y no dudé en celebrarlo cada vez que me daba la gana o se
encartaba.
Un día nos desayunamos con unas declaraciones de Joselito en
las que decía que estaba dispuesto a presentarse a candidato
como parlamentario. Para poder hablar con todos los
ministros sobre las necesidades de Ceuta. Y hacía la
siguiente aclaración: Para defender a Ceuta no creo que haya
que ser catedrático de nada. Era, indudablemente, su alegato
contra quienes no dudaban en tomárselo a chacota. Y
finalizaba de la siguiente manera: “Si fuera senador o
diputado, y no me hicieran caso, se lo comunicaría al pueblo
y me pondría al frente de una manifestación pidiendo mi
dimisión. Lo que a mí me sobra es el sueldo de
parlamentario”.
Ruda y hermosa ingenuidad la de Joselito. Que en los albores
de aquella década de los ochenta aún existía. No obstante,
esas manifestaciones del entonces presidente de la
Asociación de Vecinos de Juan Carlos I propiciaban que,
políticos destacados de esta ciudad, no dudaran en tacharle
de agitador de clases bajas. Entendiendo como clases bajas
las que vivían en los barrios.
Los tiempos han cambiado. Demos gracias a Dios. Y a las
Asociaciones de Vecinos que han sabido crecer de manera que
forman un organismo indispensable en la vida de las
ciudades. Y Joselito fue pionero en semejante menester. Por
lo cual he querido recordarlo.
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