Una cosa que hay que ser en la
vida es agradecido. Es una expresión que he oído desde que
tuve uso de razón. Pero de cualquier satisfacción recibida
ha de tener respuesta la parte que nos haya proporcionado
ese placer de habernos visto distinguido, en cualquier
momento, a cambio de nada.
No vale, bajo ningún concepto, decir sólo entre bastidores
que Fulano se portó con nosotros de maravilla o que tal o
cual ciudad se enorgulleció de contar con la nuestra para
cederle todo el protagonismo en cualquier acontecimiento
destacado del lugar.
Entre bastidores, yo había oído contar cómo a Fernando
Gago, alcalde de El Puerto de Santa María en 2007, se le
llenaba la boca hablando de Ceuta. En la cual hizo el
servicio militar. Y bien que demostró ese afecto al
dedicarle a la comunidad ceutí las fiestas más señaladas de
su pueblo.
Entre bastidores se decía siempre que las muestras de
gratitud que merecían las autoridades portuenses, al
dedicarnos la Feria de Primavera y del Vino Fino, no habían
tenido la justa correspondencia de una visita, al año
siguiente, por parte de una representación ‘caballa’. Con el
fin de expresarles a los anfitriones el enorme
agradecimiento que, un año después, aún estaba vivito y
coleando. Cual recompensa al excelente trato que les habían
dispensado durante tres días intensos.
Y cuando parecía que todo ese agradecimiento, tan de verdad
y por cuestiones obvias, iba a quedarse fuera del marco
debido, Pedro Gordillo reaccionó con eficacia y en
menos que canta un gallo hizo posible que en El Puerto de
Santa María supieran lo que tenían que saber: que Ceuta no
había olvidado lo ocurrido en 2007.
Y lo comenzado por Gordillo lo continuó Juan Vivas.
Que se puso al frente de esa representación para compartir
un sábado de Feria en El Puerto con toda la Corporación
local, encabezada por su alcalde, Enrique Moresco.
Una Feria dedicada, en esta ocasión, a la Comunidad Autónoma
de Valencia. Pero en la que pronto, casi en un amén, la
gente volvió a expresar sus simpatías generalizadas por
Ceuta. Y salía a relucir a cada paso la huella que había
dejado la caseta regentada por Manolo Guillén. Y
sería pecar de prejuicio provinciano por mi parte, si
silenciara de qué manera Vivas se ha sabido ganar el corazón
de los portuenses.
Le conocen ya como si fuera visitante asiduo de una tierra
por la que suspiraba cada dos por tres el rey Sabio. De una
tierra donde si bien es verdad que nadie es forastero en
cuanto acepta la primera copa de vino fino, tampoco es fácil
pasear por sus calles recogiendo muestras de agrado y
causando la impresión de que forma parte del medio desde
hace ya la tira de tiempo.
Es motivo de alegría para quien escribe, aunque no haya
nacido en esta tierra, destacar cómo se maneja el presidente
fuera de Ceuta. Se comporta con una sencillez, tan mamada
como adquirida, que a fuerza de practicarla le sale ya
exenta de afectación. Y uno se percata de que su tirón en la
rúe es de mucho cuidado. Y él, que no es tonto, sabe cómo
gusta su forma de ser. Y se transforma. Y comienza a vender
-en beneficio de Ceuta- sus conocimientos como si tal cosa.
Como si estuviera relatando hechos de andar por casa. Y la
gente lo tutea. Así que Juan, por aquí; y Juan, por allá...
Y termina siendo el centro de atención. En suma: un éxito
total.
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