Fuerzas y poderes gobiernan al
mundo y desgobiernan al ser humano. Estalla el planeta.
Aprendamos la lección del cosmos. En el universo hay unas
fuerzas que son vitales. Es notorio. La de atracción que una
masa ejerce sobre otra por el vínculo de la gravitatoria. El
nervio de la electromagnética con las mutaciones físicas y
químicas de átomos y moléculas. La interacción entre
partículas fundamentales. Aquí abajo, en la tierra, también
tenemos fuerzas que son fundamentales. Lo malo es cuando se
solapan o se interfieren unas a otras. Saltan chispas que
suelen hacer un daño tremendo. Cada una debe tener su
espacio y su misión. Se superarían muchos conflictos. A
veces tendrán que actuar las fuerzas políticas, otras será
mejor avivar una fuerza espiritual, en ocasiones las fuerzas
de los Estados unidos o la de la justicia, pongamos por
caso.
Al hilo de lo anterior, por ejemplo, la reciente aclaración
de Benedicto XVI me parece muy oportuna: la Iglesia no es un
poder político. Sin embargo, puede ser una fuerza necesaria
en un momento dado, para que el ser humano pueda percibir la
verdad que busca en su fuero interno, puesto que esta
capacidad de discernimiento está a menudo obstaculizada por
intereses particulares, por sectarismos, que nos impiden
vernos por dentro. Precisamente, porque las religiones,
todas ellas, no son parte política, pueden favorecer la
búsqueda de otros horizontes a la luz de la espiritualidad,
haciendo hablar a la razón, un lenguaje preciso y necesario,
puesto que a tenor de la idea kantiana, todo nuestro
conocimiento arranca del sentido, pasa al entendimiento y
termina en el raciocinio.
En otra época cohabitaban fuerzas que a mi juicio han
perdido valor, que no valía. La fuerza de los literatos es
una clara prueba. La literatura ha dejado de interesar como
combate y tampoco puede ser un poder político; puesto que,
lo que engendra, es una llamada a la autenticidad, al
ingenio. La idea cervantina de que la pluma es la lengua del
alma impide cualquier contaminación partidista. Andrés Sorel,
director de República de las Letras, órgano de la Asociación
Colegial de Escritores de España, con buen criterio en la
revista núm. 111 de febrero 2009, se interroga sobre si
¿agoniza la literatura? Su apreciación es tan interesante
como verídica. Es cierto, servidor también lo piensa así,
que el pensamiento, la imaginación y el lenguaje, cada vez,
en cambio, ocupan menos espacio en la discusión y el
análisis. Y lo que es peor, también en los programas
curriculares de nuestros escolares.
Asimismo, el arte de la palabra se ha mediatizado y
mediocrizado. Muy pocos literatos, por otra parte, cultivan
la manera más profunda de leer la vida con el abecedario de
la independencia, de no casarse a poder alguno. Consecuencia
de todo ello, es que la fuerza de los literatos se ha
devaluado, camina a ras del suelo, quizás por escribir al
dictado del poder político, tal vez por seguir las consignas
del poder de mercado, seguramente por un poco de todo. Una
verdadera lástima, porque lo literario es la expresión del
ser humano que más ayuda a vivir al hombre, es la
confirmación de la humanidad. El hombre crea letras y,
mediante la conjugación de esas letras embellecedoras, se
crea a sí mismo e invita a recrearse a los demás. Se forja y
se descubre a sí mismo con el esfuerzo interior del
espíritu, del pensamiento, de la voluntad, del corazón. Y,
al mismo tiempo, crea la cultura en comunión con los otros.
Un cultivo que es la expresión del comunicar, del pensar y
del colaborar juntos.
Por el contrario, han adquirido fuerza otras fuerzas que nos
embrutecen el alma. Si ya en su tiempo, Simón Bolívar, nos
dijo que había que huir del país donde uno solo ejerce todos
los poderes porque se convierte en un país esclavo; también
debemos huir de esos poderes corruptos, fanáticos e
intransigentes, que únicamente van en pos del dinero para
servirse ellos y los suyos, en vez de ir en pos del ser
humano provenga de donde provenga. El Estado tampoco puede
ser un mero poder político, ha de sustentarse en otros
poderes, justamente porque las decisiones no deben
concentrarse. En efecto, en ocasiones el ciudadano se
encuentra protegido contra otros seres humanos, pero no
contra el propio engranaje del Estado, el cual puede
oprimirlo. ¿Quién no ha oído hablar de una administración
poderosa, inclusive en los Estados democráticos? Por ello,
una de esas fuerza prioritarias es la separación de poderes,
idea que fue batalla permanente y común entre los diversos
pensadores del siglo pasado y que, ahora, más de un gobierno
que se dice democrático, actúa disfrazadamente como si el
Estado fuese él mismo y su corte partidista. La democracia
dista mucho de esas hazañas arbitrarias que no tienen
voluntad colectiva y debe presentarse transparente, porque
al fin y al cabo no ha de vencer como los regímenes
dictatoriales, sino convencer al pueblo del que emanan los
poderes y, así, poder ganarse la confianza de la ciudadanía.
En el planeta que nos ha tocado vivir tiene que haber, pues,
unas fuerzas capitales que nos retornen a la estética de la
vida, al igual que en el universo hay unas interacciones
físicas que nos unifican. Que las religiones se nieguen o
que la literatura se arrincone, es una equivocación. Está
visto que la excesiva politización incrustada en los
poderes, al igual que el exorbitante poder económico de
mercado, aborrega y deshumaniza. El ciudadano de este mundo
no vive sólo de proyectos políticos, precisa sentir una
justicia en igualdad, sentirse protegido por ella. También
necesitamos el pan de los valores, el amor de la literatura,
la trascendencia de las religiones. Todo ello para hallar
respuestas a lo que somos y por qué vivimos.
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