Está visto que se necesita poner
concordia en los caminos de la tierra. Los organismos de las
Naciones Unidas no cesan en sus mediaciones, en canalizar
recursos, en proponer estrategias integrales de
consolidación de la paz y recuperación posterior al
conflicto. Son una fuerza de socorro que no da abasto, a
esta diabólica invención de la mente humana que son las
batallas. También la Unión Europea clarifica su estrategia
de seguridad con el fin de que Europa sea un lugar seguro en
un mundo mejor. O sea, más equitativo. El ser humano no
puede vivir cada vez más en el tormentoso miedo de ver
chispas por doquier lugar. Es necesario siempre tender
puentes hacia la paz, educar y reeducar para el amor a la
paz.
Mejor que la persona que sabe lo que es ecuánime, está el
que ama lo justo. Se precisa de estos amantes, porque lo que
hace falta es construir puentes hacia la paz. Benedicto XVI
se ha puesto en el camino como peregrino de paz a Tierra
Santa, convencido de que el mundo actual necesita
verdaderamente sosiego, especialmente al afrontar las
tragedias de la guerra, la división, la pobreza y la
desesperanza. También en las Vascongadas, de España, se
acaba de producir otra peregrinación, la de la libertad, con
la toma de posesión del nuevo lendakari electo, Patxi López,
que ratifica su disposición de arriesgar si tiene que
hacerlo para conseguir la paz. A veces, los seres humanos
levantamos demasiadas tapias y no suficientes puentes. El
Papa quiere compartir aspiraciones y esperanzas, penas y
dificultades. De igual modo, el lendakari tiende la mano “de
gobierno” para que nadie se sienta excluido. Dos actitudes
valientes que merecen ser consideradas por todos. “No hay
camino para la paz, la paz es el camino”, dijo Gandhi. Por
eso es tan importante poner los valores al servicio de la
senda, el intelecto al servicio de la estima, las religiones
al servicio del ser, las políticas al servicio de los
humanos.
El mundo, todo el mundo, por una vez y para siempre, debería
comprender que la paz más injusta es mejor que la más justa
de las guerras. La paz tiene que ser posible y uno debe
creer en ella y trabajar por ella a destajo, con la verdad
como lenguaje, la justicia como regla, el amor como acción y
la libertad como opción. Enseñanzas que, por cierto, recogen
tácita o explícitamente casi todas las religiones. En una
época en la que muchos perciben los signos de una crisis, no
sólo económica o financiera sino sobre todo de valores y del
sentido de la vida, la educación religiosa no puede
excluirse. Tampoco estoy de acuerdo que deba reducirse al
ámbito privado, lo que es una ciencia inmersa en otras
ciencias, (psicología de las religiones, sociología de las
religiones, filosofía de las religiones…), que además ayuda
a la reflexión. El puente de las religiones debe sostenerse.
Necesitamos una perspectiva de meditación, un horizonte de
esperanza donde abrazarnos, sentirnos solidarios en la
búsqueda, sabiendo que vivimos de las creencias. De igual
modo, el puente de la democracia, que necesita de la virtud,
también debe sustentarse, con éticas acciones políticas, el
mejor antídoto contra los fanatismos sectarios, tanto en el
ámbito científico como en el político o incluso en el
religioso.
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