Fue en abril, el de las aguas mil,
y mes tachado también de tener las ideas de un miura, cuando
le dediqué una columna a Mariam Mohamed: esa chica
cuya cara les está sirviendo a muchos hipócritas para jugar
abejorro con ella (quienes desconozcan este juego que se
molesten en indagar en el lenguaje andaluz).
Y la hice censurando, de manera clara y sin tapujos, la
falta de fiscalización de las subvenciones que el Gobierno
local concede a ciertos organismos. Porque semejante
descuido facilita la tarea a gente incapacitada para
administrar esos dineros.
Y hasta dije que esa falta de control era una auténtica
tentación para manirrotos. Para personas que tienen un
agujero en cada mano. Y a las que gastar alocadamente les
supone un motivo constante de satisfacción. Y ante tales
impulsos, a veces enfermizos, los hay que no se paran en
barras a la hora de despilfarrar dineros propios y ajenos.
Recuerdo que incluso me permití aconsejar a Mariam acerca de
la necesidad que tenía de confesar abiertamente lo ocurrido.
Porque estaba convencido de que más le valía ponerse una vez
colorada que... Con el fin de que no siguieran ensañándose
con ella.
Mas la muchacha que estuvo dirigiendo el Consejo de la
Juventud de Ceuta se limitó, tras unas primeras
declaraciones contradictorias, a meter la cabeza debajo del
ala. Segura de que el escándalo iba a durar menos tiempo que
una naranja en la puerta de un colegio de postguerra. Y se
ha equivocado de pe a pa. O la han equivocado. Ya que no han
dejado ni un solo día de sambenitarla. De escarnecerla. De
ponerla a los pies de los caballos. Mucho antes de que la
fiscalía admitiera a trámite la denuncia presentada por UDCE-IU.
Denuncia que ha hecho posible que yo vuelva a escribir de un
asunto que no me interesaba por manido. Por ser un tema
tratado y utilizado en exceso. Y, sobre todo, porque me
desagrada enormemente que se ceben en los más débiles.
Aunque el más débil o la más débil, hasta el momento, no
haya sabido hacer frente a esa presunta acusación de
descuidera, con la que no han dejado de asaetearla.
Y es que para todo hay que tener suerte en esta vida. Sí, ya
sé que mi redoble de tambor, o sea, que me repito, pone de
los nervios a muchas personas que tratan de ocultar la mala
gestión habida en un organismo que nunca ha dejado de
recibir subvenciones de la Administración local. Me estoy
refiriendo a la Federación de Fútbol de Ceuta. ¿Pasa algo?
Lo que pasa es que en la federación ha primado durante
innumerables años una mala gestión. Y esa mala gestión ha
estado pidiendo a gritos que quienes podían y debían
hacerlo, por conceder subvenciones, desearan más que nadie
que un haz de luz inundara los libros de contabilidad del
organismo federativo. Un haz de luz en forma de auditoría.
La cual se hizo más necesaria cuando Antonio García Gaona
fue elegido presidente.
Sin embargo, mientras en Melilla se acosa diariamente al
presidente de aquella federación, por idénticos motivos,
aunque no tan lejanos en el tiempo, aquí se sigue apelando
al estado emocional para hacer posible que ese pasado quede
enterrado. Con lo cual siempre quedarán las dudas. Y esas
son más dañinas que la verdad.
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