No me gusta escribir del
Madrid-Barcelona cuando ya han transcurrido casi cinco días
del partido. Pero me obliga a ello las muchas preguntas que
se me han hecho durante la mañana de un lunes donde aún se
seguía hablando de un acontecimiento que llegó a paralizar
la vida española.
Pepe Ríos Pozo, nada más verme, se llevó las manos a
la cara en un intento de tapársela para indicarme que
todavía estaba avergonzado de cuanto sucedió en el Bernabéu.
Aunque, como madridista fetén que es, imagino que necesitará
poco tiempo para recuperarse de tan enorme varapalo. Dado
que iba acompañado por sus amigos de siempre, es decir, los
que comparten con él tertulia en la Cafetería Hollywood, que
denotaban prisa, apenas tuve tiempo para contestar a la
pregunta de Pepe:
-¿Qué le paso a nuestro equipo?
Así que hube de ser conciso, expresivo y claro como un
titular periodístico: cometió demasiados errores
concatenados. Le contesté. Y allá que seguimos cada cual por
nuestro camino. Pensando yo que mi respuesta a Ríos Pozo
debió dejarle con las mismas dudas que tenía o más si cabe.
Isidro Hurtado de Mendoza, que iba paseando a su hijo
en el cochecito de los sueños, lo cual forma ya parte del
paisaje diario de la ciudad, fue el siguiente en recabar mi
opinión sobre lo acaecido en ese sábado ya histórico en el
fútbol español. Y dado que el hijo de Isidro es paciente, y
parece que disfruta viendo a su padre charlar, pude
extenderme un poco más en el análisis.
Sergio Ramos perdió los papeles y falló muchas veces
y garrafalmente. Con tan mala suerte que todos sus fallos
fueron decisivos para que su equipo acabara recibiendo una
tunda de las que perduran en el tiempo como una afrenta
inadmisible en un club tan descomunal. Ramos, incluso
participando con un pase medido a Higuaín, convertido
por éste en gol, y aun marcando él otro gracias a un error
de Valdés al no imponerse en al área chica, tuvo una
pésima actuación. De las que suelen dejar una huella amarga
en la trayectoria de cualquier futbolista. Despreció a
Henry. Y a partir de ahí, con un marcaje por delante,
tan absurdo como inconcebible, se vio desbordado y sembró el
desconcierto entre sus compañeros.
La guinda a tan calamitosa labor fue, sin duda, su intento
de cortar un balón haciendo una pirueta en el aire. De la
que quedó tendido en el suelo. Ramos, sabe perfectamente,
que ni siquiera se debe intentar un tacle cuando se carece
de la seguridad de acertar. Pues un futbolista tendido en el
suelo, máxime un defensa, es hombre muerto.
A los pocos minutos hallo a Miguel Ángel Vallejo. El
cual me tira de la lengua como es costumbre en él. Y
conocedor de que mi defensa de Juande Ramos es tan de
verdad como enérgica, quiere saber lo que pienso sobre sus
decisiones durante el partido del sábado pasado.
El gol de Higuaín consiguió cegarle y hacerle perder la
noción del equipo que tenía enfrente. No se percató de que
le urgía solventar un problema tan fácil como demoledor para
su equipo. El que Messi ejercía de delantero falso.
Posición que dejaba sin referencia a sus centrales.
Perdón, ¿me estás hablando de Casillas? “Sí”. Pues
bien, no pienso darte el gusto de repetirme.
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