Para el poeta era el dolor tan
fuerte, que miraba para otro lado, para otro mundo, por
encima del ocaso, sabedor de que cada día es una pequeña
vida que no conviene malgastarla. Pronto se dio cuenta que
un espíritu cultivado puede mirar las cosas desde muchos
puntos de vista, también de frente. Realmente, todos los
ciclos tienen su momento, el instante preciso es algo
mágico, un sí o un no pueden cambiar toda nuestra
existencia. Precisamente, creo que estamos en ese tiempo de
reescribir nuestra propia historia y no perder el paso de
vivir. La alegría se la lleva aquel que aprovecha la
ocasión, cuando se le aparecen los dinteles de la luz en el
camino, y la comparte. Por desgracia, como dijo el
dramaturgo español, Jacinto Benavente, “más se unen los
hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor”. Nos
hace falta universalizar la donación humana antes que el
auxilio social. Que los hombres de corazón ayuden al hombre
a ser alma. Es el albor primario y primero, el minuto
exacto, el punto vital, de conjugar amaneceres y conjuntar
la palabra con los hechos. El futuro nos pertenece a las
personas. No puede presentarse como un gran desierto y menos
como una riada de incertidumbres.
Es importante escoger bien, no arruinar el “cabello de
ángel” del que prenden las auroras. La primera opción
fundamental debe ser abrir las ventanas interiores de cada
uno a los abecedarios del ser humano. No importa quién es
quién, ni cuáles son sus modos, para ponerse manos a la
vida. De ninguna manera se puede permanecer insensible ante
decenas de miles de ciudadanos que malviven, dormitan en la
calle porque no tienen techo, o sufren la exclusión. Más que
unas simples migajas para los millones de parados, de
hogares en los que no trabaja ningún miembro de la familia,
lo que en verdad se necesita es generar empleo de calidad en
igualdad de oportunidades, promoviendo políticas
transparentes y no partidistas, haciendo verdaderamente
efectivos los derechos socialmente humanizadores. Pienso que
es el instante preciso para que germine un nuevo hábitat,
cuyo lenguaje sea la paz, las luces del amor. Uno tiene que
considerarse algo para ser algo y, así, poder hacer por los
demás. Nos arroja bochorno algunos usos de poder. He aquí el
botón de muestra: La mitad del mundo tiene mucho que
decirnos, pero no tiene voz, es censurada por la otra mitad
poderosa. Esta otra mitad, la poderosa, se ha vuelto
imperiosa, soberbia como la sombra del nogal y nada deja
crecer a su lado. Con estas mimbres, de dominadores y
dominados, difícilmente se puede avanzar hacia un mundo
habitable.
Sabemos que para progresar hay que pensar hondo y con altura
de miras, en grande, quizás sólo sea posible avanzar cuando
se sabe mirar y ver. La ciudadanía de cualquier continente
ha de fraguarse desde el respeto al ser humano como tal.
Justamente ahora hace diez años, en el Foro Económico
Mundial de Davos (Suiza), el Secretario General propuso un
“Pacto Mundial” entre las Naciones Unidas y el mundo de los
negocios, que convendría poner en la rutina diaria como
primer deber, puesto que el fin es que todos los pueblos del
mundo compartan los beneficios de la mundialización e
inyectar en el mercado mundial los valores y prácticas
fundamentales para resolver las necesidades socioeconómicas.
Para desdicha de todos, todavía no se ha abolido de forma
efectiva el trabajo infantil, la discriminación, los
trabajos inhumanos, la corrupción en todas sus formas, las
ofensas empresariales contra el medio ambiente.
Volviendo los ojos a Europa, que por cierto en este mes
celebra su onomástica, ya que el día nueve de mayo de 1950
nacía la Europa comunitaria, en un momento -es significativo
traerlo a la memoria- en el que la amenaza de una tercera
guerra mundial se cernía sobre el continente; pienso que nos
conviene ahora avivar el instante preciso, sobre todo de una
nueva esperanza, para reforzar el proyecto de la integración
europea. Lejos de convertir a Europa en una mera fortaleza
económica, que se mira solo a sí misma, se necesita el
reencuentro y dar forma al mañana europeísta, porque sólo
así se puede responder a los grandes desafíos del mundo. En
este sentido, nos satisface que el presidente del Gobierno
español haya dicho que la presidencia española de la Unión
Europea, en el primer semestre de 2010, vaya a ser de
“acción, de iniciativa”. La existencia de la Unión Europea
es el mejor ejemplo de la necesidad de una gobernanza que
“supere las fronteras y los idiomas”, y que una “esfuerzos,
que sume”, ha enfatizado recientemente el Presidente
Rodríguez Zapatero. Totalmente de acuerdo. Creo que si
tuviéramos claro que la Unión Europea se deja el pellejo por
la ciudadanía, por el tema del hambre, de la ecología, de la
paz, pasaríamos de una Europa adormecida a una Europa
efervescente, de seguidores.
Es cierto que Europa todavía debe reencontrar su espacio
común, sus raíces globalizadas y globalizantes, el
fundamento de sus valores como hoja de ruta. El viejo
continente tiene necesidad de un ideal como lo tiene el
mundo entero, pero éste debe ser fundado y fundamentado más
allá de una retórica retahíla de valores vacíos, que nada
dicen, porque nada ni nadie los cumple. No podemos decir que
Europa trabaja por la pacificación mientras no exista
realmente el adiós a las armas. Tampoco podemos decir que se
trabaja por la dignidad humana, sino fijamos qué significa
en concreto la palabra, en qué se apoya y qué proyectos
podemos llevar a cabo para defender este predicamento.
Hablamos de la mundialización de la economía, pero no
hablamos de la mundialización del ser humano al que solo le
puede salvar otro ser humano. Hablamos de la evolución
demográfica, del cambio climático, del abastecimiento de
energía, pero no hablamos de éticas necesarias para
sobrevivir. Es, pues, el instante preciso para cambiar modos
y maneras en un mundo viejo que necesita otras lecturas
comprensivas, otras caricias humanas, otras ideas distintas
al ojo por ojo, explícito o tácito. El mejor regalo que
podemos darle al mundo, en suma, es darnos a nosotros
mismos, con la singularidad de ser únicos y de ser personas
civilizadas.
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