Las querellas entre políticos del
mismo partido han estado siempre a la orden del día. Cuando
esas disputas intestinas son de dominio público, los
políticos suelen declarar que el disentimiento entre ellos
es muy saludable en todos los sentidos.
En principio, porque esas discusiones demuestran como las
distintas tendencias existentes en el organismo no se
resignan a decirles amén a cualquiera que trate de imponer
sus postulados. A continuación no se cansan de repetir los
políticos que debatir internamente sirve cual práctica para
enfrentarse a los adversarios. Es decir, que es la única
manera que tienen de entrenarse para cuando les llegue la
hora de polemizar, o tengan que emplearse en luchas
electorales, sean capaces de dar la talla.
Lo malo de tales enfrentamientos está cuando en esa lucha no
juegan exclusivamente los motivos políticos, sino que se
imponen también los personales. Y nos permite descubrir que
hay cargos públicos del mismo color que se odian
cordialmente.
Eufemismo que endulza la situación. Ya que sería tenido por
brusquedad airear que Fulanito y Menganito no se pueden ver
ni en pintura. O que Zutano y Perengano, ante cualquier
nimiedad, tratan por todos los medios de hacerse el mayor
daño posible.
El resultado es que los pueblos son frecuentemente víctimas
de esas debilidades de los políticos que los gobiernan.
Ejemplos destacados los hay. Uno de ellos nos lo recuerda
Largo Caballero, el histórico líder que marcaría los
destinos del PSOE en los años 30, hablando del odio que se
tenían Alcalá-Zamora y Azaña. Lo que no sé es
si lo tildaba de cordial. Ya que cito de memoria.
Aunque no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que
las desavenencias políticas y personales, cuando van cogidas
de la mano, forman una mezcla explosiva y peligrosa. Ya que
el encono y desprecio entre dirigentes de una misma idea o
de un mismo partido, acaban por repercutir negativamente en
cuanto hacen o dicen. Y, por encima, de todo, es una
tragedia personal que a su vez produce fracturas
irreparables en la sociedad.
En esta ciudad estamos hartos de oír, cada dos por tres,
cómo van aumentando las rencillas entre miembros del
gobierno presidido por Juan Vivas. Lo cual es lógico.
Ya que las personas públicas que ostentan el poder son las
más seguidas y hasta, si me apuran, más escudriñadas. Nadie
puede negarme que esas personas están en todo momento
sometidas a mucha atención para descubrirles algo que ya
vislumbramos en ellas.
Vemos, por tanto, de manera imprecisa, unas situaciones que
suelen producirse en todos los ámbitos. Y mucho más en la
política activa, donde los participantes dependen de un
poder jerarquizado, afincado en el seno del partido.
Situaciones donde pululan las rencillas, las envidias, los
rencores, los celos, los orgullos desmedidos, y una meta:
todos los miembros, salvo excepciones, tratan de medrar. Si
bien en ese empeño han de ser tan hábiles como tener la
suerte de elegir bien al líder que puede facilitarles la
consecución de la prosperidad ansiada.
Eso sí, mientras que Vivas y Gordillo caminen juntos, y sin
odiarse cordialmente, el PP tendrá muchos años de vida
exitosa. Lo cual no es obstáculo, más bien todo lo
contrario, para que Gordillo pueda expresarse con claridad
meridiana. Tal y como lo ha hecho en ‘Ceuta Siglo XXI’. La
revista que debe usted leer cada mes.
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