Me perdí este puente de mayo,
entre otros menesteres más prosaicos, releyendo retazos de
algunos libros costumbristas de fondo historicista con los
que, en su momento, aprendí y disfruté. Junto al unamuniano
“Paisajes del Alma” y “Al Sur de Granada” de Brenan, saqué
de la librería la obra que encabeza esta columna, “Un puente
sobre el Drina”, obra del yugoslavo (de origen bosnio) Ivo
Andric que escribió azarosamente en Belgrado, escondido de
los nazis, durante la II Guerra Mundial.
Premio Nóbel de Literatura en 1961, Ivo Andric nos narra a
lo largo de 24 capítulos, con pluma densa pero ágil, la
historia del pueblo de Visegrad (Bosnia) entre el siglo XVI
y principios del XIX, levantado a orillas del río Drina y su
soberbio puente de piedra como paso, muchas veces
conflictivo, entre Occidente y Oriente, entre la Cristiandad
y el Islam, logrando explicarnos el autor las raíces del
odio y la violencia que sacuden los Balcanes. Uno de los
múltiples puntos llamativos es su vívida narración del
“tributo de sangre” impuesto por el Califato turco
(desconozco una práctica similar sistemática por parte de
ninguna potencia no musulmana): “El aga de los jenízaros,
con su escolta armada, volvía a Zarigrado después de haber
recogido en los pueblos de Bosnia oriental un número
estipulado de niños cristianos: lo que se denominaba el
‘tributo de sangre’ (…) “Habían pasado seis años (…) por
eso, esta vez la elección había sido fácil y rica: habían
encontrado sin dificultades el número exigido de niños
varones, sanos, inteligentes y de buen aspecto, de diez a
quince años de edad, a pesar de que muchos padres hubiesen
escondido a sus hijos en los bosques (…) Algunos habían
llegado incluso a mutilar a sus hijos cortándoles, por
ejemplo, uno de los dedos de la mano. Los niños escogidos
eran transportados, en larga hilera, a lomos de caballos
bosnios (…) A cierta distancia (…) se arrastraban, dispersos
y jadeantes, gran número de padres y de madres de aquellos
niños que les habían sido arrancados para siempre y cuyo
destino habría de consistir en ser islamizados y
circuncisos, en tener que olvidar su fe, su tierra y su
origen y en pasar su vida en destacamentos de jenízaros o en
algún servicio más importante del Imperio otomano”.
No hace falta decirles que les sugiero la lectura de
cualquiera de estos tres libros, particularmente la última
si quieren empezar a entender algo de lo que está ocurriendo
en los Balcanes o, también, para enmarcar en su contexto el
diálogo intercultural y sacudirse supuestos complejos de
culpabilidad. No hay inocentes, a los que aun quedaban los
masacró -cuenta la leyenda evangélica- un tal Herodes.
Quizás fuera interesante que, en sus vacaciones, cayera el
libro de Ivo Andric en manos del sonriente presidente de
España, José Luís Rodríguez Zapatero; a lo mejor y con un
poquitín de suerte, le ayudaba en su proyecto de “Diálogo de
Civilizaciones”. De Granada… a Constantinopla (bueno, quería
decir Estambul). Cuando nuestros vecinos del sur nos echan
en cara el expansionismo cristiano y el colonialismo
occidental en el Maghreb…, no estaría de más recordar que
las tropas del Islam llegaron a sitiar, hasta en dos
ocasiones, Viena… Por no hablar de los nostálgicamente
jaleados imperios Almorávide y Almohade.
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