Según va pasando el tiempo siento
una creciente vergüenza de nuestro país, España, que no
tiene ya ni la decadencia de respetarse al menos a sí misma.
“Castilla, que face a los homes e los desface”, como se
escribió allá por los años 1570 en la Crónica del Rey Don
Pedro, sigue siendo lema de actualidad extrapolado, cómo no,
al conjunto de la Nación española. Viene este introito a
propósito del actual linchamiento mediático de un honrado y
eficaz servidor del Estado con una excelente Hoja de
Servicios, el general de Sanidad Vicente Navarro, a cuenta
de su difícil actuación en el doloroso caso del Yak-42
estrellado el 26 de mayo de 2003 en Trebisonda, Turquía, en
el que perecieron todos sus ocupantes: 62 militares
españoles, 12 miembros de la tripulación ucraniana y un
ciudadano bielorruso.
Sin escrúpulos ni el menor respeto a la mínima presunción de
inocencia, las editoriales de los principales medios de
comunicación y la panda de “opinadores” del estómago
agradecido ya han dictado la sentencia de culpabilidad
contra este servidor del Estado del que, en la ceremonia de
la confusión, dos ciudadanos de otro país traídos
forzadamente al juicio por una presunta asociación de
víctimas (ni están todas la que son… y son familiares
colaterales algunos de los que están) llegaron a decir,
mintiendo y con ánimo calumnioso como demostró la defensa
del general, que “se le notaba bebido” aunque “estaba
entero”. ¡Qué bochorno. Siguiendo las ordenanzas, el general
Vicente Navarro aguantó a pie firma tres largos y dolorosos
días en Turquía cumpliendo finalmente las órdenes: traer los
restos de los cadáveres a casa lo más rápidamente posible.
Como lo exigía, ya, la opinión pública. Hombre de honor, el
general Navarro asumió errores que no eran suyos asumiendo
todas las responsabilidades: exculpando a sus subordinados
(no como un antiguo oficial jefe de la Comandancia General
de Ceuta que yo me sé) y sin pasar la pelota a sus
superiores, parapetándose en el clásico dicho de la
“obediencia debida”. Por lo demás, los certificados de
defunción por él firmados acreditan únicamente el
fallecimiento de los militares, pero para nada dan fe de los
féretros en los que realmente se encontraban los restos.
Ello es reconocido fehacientemente por dos autos de la
Audiencia Nacional, firmado el último por el juez Grande
Marlasca, que no apreciaron ningún delito de “falsedad en
documento público”, puesto que el general Navarro,
insistamos ante el circo mediático, tan solo acreditó la
muerte de los militares.
En esta lamentable historia y por inconfesables y mezquinos
motivos, de baja estofa política, el que se ha pasado varios
pueblos sin ningún rubor es el Fiscal General del Estado
desde 2004, Cándido Conde-Pumpido, sin duda obedeciendo
órdenes del entorno directo del Presidente Rodríguez
Zapatero, incriminando sin pruebas al general Navarro e
intentando meterle cinco años en prisión. ¡Qué vergüenza!,
¡qué canallada!; ¡qué oprobio para un general que, en 2003,
tan solo cumplió con su deber con lo que por lo demás era un
clamor público: traer los cadáveres a casa!. Confiemos con
todo en la Justicia; confiemos pues en el sano y buen
criterio del juez Gómez Bermúdez: que haga justicia y mande
al general Navarro, con dignidad y honor, a donde ahora y
por motivos que no vienen al caso debe estar: en casa y con
los suyos.
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