Cuando llegó la democracia, los
llamados padres de la Patria, acordaron convertir España en
un conjunto de dieciséis comunidades y dos ciudades
autónoma. Teniendo en cuenta, para ello, su historia, su
lengua, su cultura y sus peculiaridades que las hacían
diferentes unas a otras.
Todo perfecto, nada que objetar, porque era justo considerar
todas las circunstancias enumeradas, en las que a pesar de
ser iguales, por ser todos españoles, nos hacia a la vez
diferentes. Y esa diferencia había que respetarla, dando a
cada uno lo que por su historia, lengua y cultura le
correspondía.
En principio todo parecía perfecto y las comunidades se
alegraron de que se le reconociera, a cada uno de ellas, los
meritos que en ellas concurrían y, de esa forma, poder
mostrarse, cada una de ellas, al resto de España, tal y como
eran, al haberse descentralizado.
Sólo, desde mi punto de vista, cometieron un error los
padres de la Patria, el no haber caído en las repercusiones
que podría traer, por culpa de los nacionalismo caducos y
trasnochados, cuando alguno de ellos alcanzasen cotas de
poder, dejasen las gorras en los armarios, se quitasen las
chaquetas de pana y se vistiesen con traje de Armani,
tuviesen coche oficial y varias secretarias. No tener en
cuenta todo esto, fue el único error que creo que cometieron
a la hora de redactar le asunto de las diferentes
Comunidades y Ciudades autónomas.
Cuando esos nacionalismos caducos y trasnochados no tienen
poder de gobierno, las Comunidades y Ciudades Autónomas,
siguen sus cursos, sin que a nadie se le ocurra lo de la
independencia para separarse de España ni, por supuesto
imponer idioma alguno que no sea el español, que es el
idioma de todos lo españoles, respetando aquellos otros
idiomas maternos que se siguen hablando en otras
comunidades.
La imposición de un idioma, rechazando el español o el
castellano, como mejor les guste llamar, es cosa de
dictadura pura y dura. La lengua es un bien que une a los
hombres, rechazar la lengua de Cervantes, la de todos los
españoles, para querer imponer, incluso en los recreos un
idioma diferente, sólo es cosa de aquellos aldeanos que no
hace mucho usaban gorras y chaqueta de pana y que, ahora,
visten trajes de Armani.
Según la Constitución, esa que nos dimo todos los españoles,
el idioma oficial de nuestro país es el castellano,
respetando las demás lenguas de las distintas comunidades,
pero que nunca podrán imponerse contra el idioma de
Cervantes.
Se equivocan todos estos nacionalistas, aldeanos puros que
quieren imponer el idioma de su Comunidad al resto de
España, pues en su gran infantilismo, nada más se miran su
propio ombligo sin querer ver más allá de él.
De esta forma todos debemos felicitarnos porque los
nacionalismo, en su enrome ceguera, van retrocediendo
electoralmente, y esa ceguera basada en el infantilismo les
llevará a su desaparición aunque, naturalmente, dejará una
secuela a la que tendremos que encontrar el antídoto para
curarla.
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