Un día cualquiera se define como
hacer las cosas de manera rutinaria, creo, sin nada
extraordinario a destacar y ello incluye los paseos de ida y
vuelta al colegio.
En uno de estos paseos me he encontrado con un amigo, Pepe
Sanz, que anda todo revuelto, desde el pelo hasta la
chaqueta.
¿Qué pasa, Pepe?
Pasa que me han despedido…
Bueno, ¿de qué me asombro? Si en España hemos batido el
récord de parados del siglo.
Debajo de mi casa existe una joyería. El joyero es amigo mío
y siempre anda con el ojo tapado con esa lupa de relojero.
Ha escuchado la conversación con mi amigo y nos dice que eso
ya es pan de cada día. En su joyería, el cliente es la
excepción. Aparece de vez en cuando, pero muy de vez en
cuando.
Me doy una vuelta por el hipermercado, que está al ladito
mismo de mi casa, y descubro que la carne de cerdo se
amontona en su congelador comercial. Nadie la compra.
Que en México se haya desatado una epidemia de gripe por
culpa de unos cerdos griposos, además ocultaron la
propagación del virus de la gripe porcina varias semanas, es
preocupante. Que la gente vaya y venga de ese país lo es
también, con un poquito más.
Pero esa enfermedad se transmite por el aire, por los
escupitajos y otras cosas físicas externas… pero por comer
carne de cerdo NO.
Pero como la gente, que es tan “tisquismisquis”, considera
seguro atrapar la susodicha gripe por comer un trozo de
carne de cerdo en cualquiera de sus variantes. Se ha vuelto
musulmana.
Lo cierto es que la carne cocinada no transmite ese virus.
Ni aún sin cocinar.
Una cosa que no veo claro es, puede ser que me equivoque,
cuando la gente que regresa de México viene con la
mascarilla pegada en la cara, tapando los conductos de
respiración, y pasean con ella por todo el aeropuerto…
¿seguro que no estarán, las mascarillas, estampadas con
virus de la gripe porcina?
Como se la colocan en México. Creo que no estaría de más
que, antes de subir al avión, tiraran las mascarillas
mejicanas en un contenedor y cuando lleguen a destino, antes
de bajar del avión, les entreguen a los pasajeros y
tripulantes mascarillas nuevas. De paso deberían fumigar el
interior del avión.
Los bichitos encuadrados en la denominación de origen
“Virus” tienen un don inquebrantable: se aferran a cualquier
cosa con una tenacidad encomiable.
Hoy, por el martes, acudiré invitado a un banquete que el
Ayuntamiento de Barcelona ofrece a la prensa en la caseta de
Estepa, en la Feria de Abril de Barcelona.
Francesc Narváez, regidor municipal del Distrito de Sant
Martí, me ha invitado expresamente, junto con mi amigo
Antonio Fuentes, pero cuando me he levantado esta mañana el
tiempo prometía una velada tormentosa.
Acudir al real de la Feria de Abril barcelonesa bajo un
chaparrón, tirando a diluvio, no es aconsejable.
Sobre todo por el barro y la posibilidad de atrapar la
gripe. No la porcina.
Iré en coche, sacrificio que hago en medio de la crisis
económica mundial, pero si llueve no bajaré del vehículo ni
bajo los gigantescos paraguas de la Feria. Estos paraguas no
resguardan, alumbran.
Si Juan Vivas me hubiera invitado a una comida, aunque no
fuera un banquete, en la Feria de Ceuta… seguro que no me
habría venido a Barcelona. Y eso que aún tiene una comida
pendiente conmigo. En serio.
Aquí, en Barcelona y parte del extranjero, me sobran
invitaciones y no lo digo con retintín.
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