Si vivir, por si mismo, ya es
conocimiento, trabajar debiera ser una manera de realizarse
humanamente. No lo es, en la medida que a las personas se
les trata como muñecos productivos. Es cierto que el trabajo
forma parte de la literatura de la vida. Uno va injertando
sudores en el cuerpo hasta descubrirse como obrero e intimar
con el más recóndito lenguaje del hacer. Por la existencia
perennemente hay que hacer algo, es ley de vida. Ganársela
para merecérsela, que se dice. Al fin y al cabo, siempre es
lo mismo, el amor que pongamos es lo que importa. “Dichoso
el que gusta las dulzuras del trabajo sin ser su esclavo”-
dijo Benito Pérez Galdos-, y cuánta razón tiene. Aunque
empieza a despuntar lo saludable que es la conciliación
familiar, aún no suele pasar de ser un mero pregón político,
puesto que está muy enraizado el servilismo en la sociedad,
y la oferta del indecente trabajo en el mercado laboral.
Consecuencia de todo ello: que una parte de la engañada
clase obrera no puede coger el sueño porque su trabajo pende
de un hilo y la otra, sumida en la desesperación, acrecienta
las estadísticas de los brazos hundidos. Otros y unos, unos
y otros, se ahogan en la insatisfacción y el desespero. Esta
es la triste realidad, la única verdad, por más que quieran
taparnos los ojos con metáforas siderales.
Ciertamente la Organización Internacional del Trabajo se
desgañita en llamarnos la atención, porque los obreros viven
inmersos en inconcebibles tragedias, del esto es lo que hay
laboralmente: o lo tomas o lo dejas. Tenemos la letra de los
elementos fundamentales de la construcción del Programa de
Trabajo Decente, que la OIT nos pone en bandeja, pero nadie
atina a ponerle la música para que todo el mundo,
empleadores y empleados, bailen al mismo son, a favor de la
creación de empleo – incluidos los empleos verdes - por
empresas sostenibles; de la solidaridad bajo la forma de la
protección social; de la defensa de las normas y los
principios fundamentales en el trabajo; y del
aprovechamiento del poder creativo del diálogo y la
negociación colectiva para encontrar las mejores soluciones.
Para servidor que hemos vuelto a la época más arcaica de la
esclavitud, a la situación descarada por el cual una persona
está bajo el dominio de otro, perdiendo la capacidad de
disponer libremente de sí mismo. El látigo de las deudas
adquiridas en las entidades crediticias nos impide sacar
pecho. El hacha de los impuestos, los intereses, las
amenazas empresariales, nos sacan de quicio. Todo este
entramado de despropósitos, nos hace perder el sentido
común, el pentagrama de la constancia, del método y de la
organización. Ahora solo hay leones y ratas en el tajo,
víboras que trepan y abejorros que nos entretienen para
robarnos nuestro futuro a su antojo.
Hay que poner en el planeta la justicia social, plantarla e
implantarla como fe de vida, y hacer valer el trabajo como
deber y derecho ciudadano, más allá de las leyes, porque
todo el mundo ha de tener la oportunidad de acceder a un
trabajo productivo bajo condiciones de libertad, igualdad,
seguridad y dignidad humana. Noventa años lleva la
Organización Internacional del Trabajo impartiendo y
repartiendo voces en beneficio de una globalización
equitativa que no llega. El trabajo todavía no endulza la
vida a los que quieren endulzarse de trabajo. Es una
lástima, puesto que realizado con una pizca de amor y otra
pizca de ilusión, siempre es una creación original y única,
que nos aleja de la ociosidad y del limosneo. Ante la crisis
económica, hay que priorizar, evidentemente, y la prioridad
son los trabajadores y sus familias. Erradicar la pobreza e
incorporar la paridad de oportunidades, es justo lo que es
justicia. Asimismo, urge reventar, la inmoralidad del libre
mercado. Necesitamos valorar, cuidar y promover nuestras
fuentes generadoras de empleo; engrandecer, expandir y
dignificar el trabajo como uso habitual, hacerlo cada día
más humano, comprender que un trabajo reconocido,
reconforta, y que debe ser dignamente remunerado, para que
pueda sustentar a una familia, el pilar de nuestra sociedad.
También advierto que la ciudadanía empieza a estar cansada
de sermones, quiere que se pase de los hechos a las obras,
desea de sus dirigentes mayor coherencia entre lo que se
predica y lo que se vive. La cantinela de que frente a la
crisis: empleo, inversión pública y protección social; ya la
conocemos. Pero, ¿cómo, a qué precio, y quién está dispuesto
a pactar y a dejarse la vida por los excluidos de este
injusto sistema productivo, cuajado de corruptos que
despilfarran lo que no es suyo? Además, ¿cuál es la
motivación para permitir el quebranto a las reglas de la
conducta decente y el engaño permanente a los pobres? En
cualquier caso, lo único incuestionable al día de hoy, es
que el desempleo y la exclusión, es un gigante en el mundo;
y, en España, un coloso al que hay que frenarle con un pacto
social de todas las fuerzas políticas, económicas y agentes
sociales. Para más penuria y dolor, ¿por qué se vienen
recortando derechos a los trabajadores como nunca, lo que
contribuye a reanimar y reavivar el conflicto entre el mundo
del capital y el mundo del trabajo? Unida a la inseguridad
en el trabajo, a las restricciones salariales, el
deshumanizado trabajo campea a sus anchas como toro
desbocado.
Sorprende, pues, que ante tantos calvarios y dramas, los
movimientos de solidaridad en el campo del trabajo, o los
mismos sindicatos, no trabajen a destajo y propicien
diálogos permanentes en un momento de tantas dificultades
para muchas familias. Más que nunca es preciso colocar el
tema del empleo en el centro de las políticas económicas y
sociales. De igual modo, más que nunca es necesario crear
oportunidades para todos en pro de una justa globalización,
avalado por el dialogo y la protección social. No se trata
de sobrevivir, sino de vivir todos con todos, no todos
contra todos. La solución es la solidaridad como título
preliminar, seguida de una mayor transparencia de las
situaciones y de un respeto a la inversión en capital
humano. Un poco de humanidad.
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