Leo el tiempo que se invertirá en
el debate del estado de la Ciudad y se me quitan las ganas
que tenía de estar mañana –hoy para ustedes- en él. Otra vez
me han vuelto a fallar las buenas intenciones que me
rondaban para presentarme en el salón de plenos y captar con
ojo de halcón todo lo que suele pasar inadvertido. Con el
fin de escribir al respecto.
Se me han encogido los ánimos en cuanto me he enterado de
que la cosa puede durar más de cuatro horas. Tela marinera.
Una barbaridad para mi cuerpo. Un disparate para mi salud.
La cual necesita más que nunca combatir la vida sedentaria.
Y hasta créanme que se me viene a la mente un pensamiento
solidario para todas esas criaturas que han de soportar, no
sé si con estoicismo, tan larga discusión, a fin de
informarnos.
Sí, ya sé que Juan Vivas tiene materia suficiente de
que hablar como para adjudicarse por derecho gran parte de
ese tiempo y siempre pensará que incluso es escaso para
poder explicar, detalladamente, cómo está Ceuta; lo que ha
hecho su gobierno y lo que le queda por hacer. Mas pocos
podrán negarme que tantas horas de charla, aunque quien lo
haga esté en posesión de una labia reconocida, pueden
causarles a los oyentes efectos de silicio. Castigo que se
traduce en tiques nerviosos, en abrideros de boca, en
bostezos constantes, en nerviosismos de piernas, y en
visitas al baño y paseos por los pasillos del edificio.
Todo ello lo percibe quien está en posesión de la palabra y
desparrama su vista hacia el fondo de la sala. En este caso,
el presidente de la Ciudad. Y tal percepción de desasosiego
y aburrimiento entre los asistentes, sin exceptuar siquiera
a los diputados propios y adversarios, pasando por los
funcionarios, a quienes les toque participar, es motivo de
desazón y disgusto en el orador. Aunque en casos como el que
nos ocupa dormir a los contrarios no sea mala táctica.
Así que los diputados de la oposición han adelantado
acontecimientos. Han declarado ya que si Vivas se pone a
hablar de números, que es su fuerte, ellos no tienen nada
que hacer. Es decir, que llegan predispuestos a dormirse. Y
es que entregarse en los brazos de Morfeo es otra de las
elecciones con que cuentan quienes no desean que el
presidente se los lleve al huerto de sus conocimientos y les
deje sin posibilidades de decir ni pío.
Así que se vislumbra un debate del estado de la Ciudad muy
al estilo de Jaime Wahnnon. Que fue el primer
diputado que se durmió en presencia de Vivas, mientras éste
oraba con esmero y gustándose en el atril. Me consta, y sin
ánimos de echar sal en la herida, que aquella dormida de
Jaime le sentó a Juan como un balonazo en los cataplines.
Vivas quiere que todos los suyos estén despiertos para que
le aplaudan sus habilidades para dormir a Alí e
Inmaculada Ramírez. Presas fáciles. Y Alí, que se ha
percatado de que está a merced del encantador Vivas, busca
desesperadamente el antídoto. Y ha llegado a la siguiente
conclusión: “No hay mejor remedio que tener a Aróstegui a mi
vera como diputado”. Cuando ello ocurra, y si yo lo veo,
prometo ir al debate del estado de la Ciudad. Porque estoy
convencido de que Aróstegui padece de insomnio. Y ni un
redivivo Castelar sería capaz de dormir a quien se
tiene por mirlo blanco de la política local. Menudo es el
tío.
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