Ella no se harta de decir que hubo
una noche, de hace ya casi cuatro años, en la que cambió su
vida. Así se lo confesaba en ‘El Diario El Mundo’ a Pablo
Gil, no ha mucho tiempo. Era una bailaora flamenca que
había actuado ya tantas veces durante tantos años y que
estaba a punto de explotar de rabia y cansancio.
Elsa Rovayo había llegado a la conclusión, después de
muchas cavilaciones, que si seguía haciendo lo mismo sus
actuaciones terminarían por convertirse en acciones
rutinarias, que acabarían por producirle no sólo cansancio
físico sino también psíquico. Ya que los buenos
profesionales son conscientes de que el estancamiento
conduce irremisiblemente a carecer de pasión por cuanto se
hace.
La cosa venía de atrás. Y me imagino, basándome en esas
declaraciones suyas, que muchas veces Elsa se habría
preguntado, antes de salir a los escenarios de las salas
madrileñas: ¿qué coño pinto yo aquí una vez más repitiendo
movimientos mecanizados desde hace ya la tira de tiempo!
Y esa situación, repetida ya hasta la saciedad, seguramente
la estaba dañando cada vez más y le proporcionaba a ‘La
Shica’ la oportunidad de llorar a escondidas cada dos por
tres. Pese a que en sus interiores tengo la certeza de que
bullían sin cesar sus inquietudes renovadoras para evitar su
deslizamiento por la pendiente del abridero de boca y la
conformidad.
En esos momentos, cruciales en la vida de cualquier artista
o profesional de otro menester, donde no cabe dejarse llevar
por la inercia ni por el desánimo ni ponerse a desbarrar
contra la mala suerte, lo más conveniente es tomar una
decisión que vaya acompañada con las aptitudes que uno tenga
para desempeñar otra función. Pero quien no haya pasado por
ese trance nunca sabrá lo complicado que es dar ese paso
adelante.
Y ello, por lo que nos ha venido contando ‘La Shica’,
sucedió en el pequeño escenario de la Lupe de Chueca, cuando
le dijo a su guitarrista: “También voy a cantar”. Y él,
incrédulo, preguntó: “¿El qué?”. “Pues lo que sea”. Y lo que
sea se convirtió en ese cambio que ella necesitaba como el
respirar. Ese cambio que nació en una noche donde Elsa tuvo
que armarse de mucho valor para jugárselo todo a una carta.
La carta de la improvisación. Y en el escenario de la Lupe
de Chueca recibió ella los primeros aplausos dedicados a
otra mujer. Una mujer que había decido romper con un pasado
sometido a una dedicación que ya no le aportaba los
estímulos convenientes para ser feliz. Benditos sean, pues,
incluso los dos whiskies que hicieron posible que Elsa
saliera al escenario con el mismo temperamento que su
admirada Lola Flores para cautivar al público.
Pues bien, el que yo vuelva a dedicarle este espacio a la
artista ceutí, no es debido a los numerosos éxitos que ha
conseguido desde entonces, sino a que he leído que el PSOE
la ha propuesto como candidata a que se le conceda la
Medalla de la Autonomía. Y me parece una propuesta tan justa
cual atinada.
Pero no porque ‘La Shica’, que también, resalte durante sus
actuaciones, nacionales y extranjeras, su ceutismo. Sino
porque merece ser premiada como ejemplo de quien metida en
el siempre terrible berenjenal de tener que cambiar su vida
artística, le echó lo que hay que echarle: valor a raudales
para triunfar rotundamente.
|