Es alto. Aunque debería perder
algunos quilos. Así que se le ve venir de lejos. Camina
despacio. Con mirada al frente y revestido del mejor humor
incluso cuando se le acumulan los problemas. Jamás se le ha
ocurrido pavonearse de sus aciertos ni de nada. Es conocedor
de sus limitaciones y procura por todos los medios aprender
de quienes pueden enseñarle lo más mínimo.
José Antonio Rodríguez no está licenciado en nada.
Aunque su carrera comenzó en la calle cuando todavía era
barbilampiño. Imagínense pues la cantidad de años que lleva
especializándose en la rúe para conocer cada vez mejor a los
demás. Y ha llegado a un punto, dada su calvicie, en el cual
ya no le queda un pelo de tonto. Y él lo sabe.
Pero también sabe Rodríguez que en su caso lo mejor es no
caer en las redes del finchamiento. Que debe olvidarse de
cualquier tentación de engreimiento. Y, sobre todo, hace
todo lo posible para domeñar la fiereza de los envidiosos.
Las acometidas de quienes bisbisean cada dos por tres que
siendo quien es ocupa un cargo de suma importancia. De modo
que trata de pasar inadvertido.
Cuando era viceconsejero de Turismo, nunca propaló que fuera
a meterse en proyectos faraónicos. Hubiera sido un error.
Porque a nadie se le escapa que el turismo en esta ciudad
viene dando barquinazos desde hace muchos años. Y decidió,
con buen criterio, que lo mejor era mantener muy buenas
relaciones con los pueblos blancos de Andalucía.
Durante el tiempo que estuvo al frente de la viceconsejería
de Turismo ni osó ir más allá de sus posibilidades ni
tampoco puso a la ciudad en compromisos que no podían
hacerse realidad. Y, desde luego, no se le ocurrió viajar a
la Argentina, Cuba, Colombia, etcétera, a la búsqueda de
turistas con deseos de venir a Ceuta para gastar dinero.
Por más que estuviera lampando por recrearse en los
antifonarios de las cubanas tan celebradas por Antonio
Sampietro. Experto en la materia. Y que, durante su paso
por Ceuta, hizo proselitismo de esos traseros que vieron tan
de cerca algunos diputados de la época ‘gilista’. Porque
casi todos se dieron su paseo por el malecón cubano y se
pusieron de mojitos y daiquiris hasta el culo.
A lo que iba -que si no me pierdo dando los nombres de
cuantos se gastaron mucho dinero de los contribuyentes en
correrías por esa “Habana que es Cádiz con más negritos”-:
que a José Antonio Rodríguez, ahora se van a cumplir dos
años, le endilgaron un regalo envenenado. Lo hicieron
consejero de Gobernación. Y los augures hablaron de que su
paso por esa consejería, complicada y difícil, iba a ser tan
efímero como tormentoso.
Y a fe que hubo momentos en los cuales parecía que Rodríguez
podría venirse abajo y hasta salir corriendo de su despacho
y no verle nunca más la cara a Ángel Gómez. Aunque
pronto se recuperó. Y hete aquí, por más que él diga que no
deja de tocar madera cada día, que con sus métodos, tan
simples como humanos, ha conseguido que se diga de él que
tiene propiedades curativas. Puesto que en la institución
las bajas por enfermedad han descendido a paso de
legionario. Un logro de muchísima importancia. Sí, ya sé que
le quedan otros dos años... Mas que le quiten lo bailado a
este hombre que sólo es licenciado por saber transitar las
calles de su tierra.
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