A finales de este año tendrá lugar
el 150 aniversario de la mal llamada “Guerra Romántica”
(¿acaso late algún romanticismo en las guerras?) en la que
una fútil disculpa, la rotura a las puertas de Ceuta de un
hito de piedra con el escudo esculpido de España por parte
de unos cabileños de Anyera, llevó a nuestro país a declarar
e imponer la guerra al Reino de Marruecos. Ceuta, plaza
fuerte y de soberanía, se convirtió en puerto de desembarco
de las tropas expedicionarias, más de 45.000 hombres, en la
Campaña de África (1859-1860), que culminaría brillantemente
tras la batalla de Wad-Ras (camino de Tánger) con un Tratado
de Paz (que nuestros vecinos nunca han acabado de cumplir) y
la ocupación temporal de Tetuán hasta el 2 de mayo de 1862.
Desde adolescente me llegaron ecos, pues en los avatares
bélicos fue ascendido a general de brigada un ascendiente
directo de mi padre mientras que, en el siglo siguiente y en
la segunda década del mismo un tío abuelo con peor fortuna,
el capitán de ametralladoras del Regimiento de Ceuta Joaquín
Navazo Garay, gaditano él, caía en la posesión de M´ter
(camino de Yebha, Puerto Capaz) abatido por un “paco”.
Todavía en la familia paterna, de honda raigambre militar,
se guarda una vaga memoria junto con documentación de los
mismos.
Me he ocupado en variada circunstancias de este conflicto
sobre el que, en general, el lector español suele solo tener
acceso a la bibliografía al uso, generalmente apologética,
no siendo fácil el acceso a otras fuentes. Las marroquíes,
escasas (el “Manuscrito Tetuaní” traducido en 1934 por Ruiz
Orsatti y “Kitab El-Istiqsa”, de Ahmed El-Nasari), adolecen
del mismo defecto. Más técnicas son las fuentes inglesas
(Inglaterra apoyó solapadamente desde Gibraltar a Marruecos,
vetando la entrada española en la histórica Tingis ),
revistiendo particular interés la documentación guardada en
la antigua legación diplomática de los Estados Unidos en
Tánger.
Una España empobrecida, inmersa en un envenenado conflicto
civil (primero ya en la mal llamada Guerra de Independencia
y luego con las guerras carlistas) e impotente ante el
progresivo desmembramiento de su imperio colonial, no dudó
bajo la égida de la Reina de las Españas Isabel II (generosa
y real hembra, casada a la fuerza en 1845 con aquella
delicada flor de pitiminí, de artístico talante, llamado
Francisco de Asís Borbón) en declarar, por razones de
política interna, la guerra al sultán de Marruecos, Mohamed
El-Abbas (de la dinastía Alauí), que galvanizó a una
dividida sociedad española en torno a la Corona y los
valores patrios, cimentando a las fuerzas armadas
alejándolas de los pronunciamientos, tal y como sin duda
deseaba Leopoldo O´Donnell, Jefe de Gobierno de 1858 a 1863
y General en Jefe del Ejército de África. Causa hoy
admiración el celo desplegado por los contingentes de
Voluntarios Catalanes (al mando del conde de Reus, general
Prim), que se batieron con denuedo en Castillejos y la
Brigada de Tercios Vascongados con su chapela roja (cerca de
3000 hombres), activos en la batalla de Wad-Ras. ¿Solo
historia pasada…?. Para los españoles puede pero… ¿para los
marroquíes?. El monolito que recuerda, altivo, en el centro
de la Plaza de África los eventos es mirado, con suspicacia,
por buena parte de la comunidad musulmana ceutí. Y bien
pudiera ser que en su momento, cuando cambie ineludiblemente
la tortilla, sea quitado de en medio en aras de la memoria
histórica y el diálogo de civilizaciones… Ya verán.
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