Escribir diariamente es muy
difícil. Sí, ya sé que no es la primera vez que lo digo en
este espacio. Y que ésta tampoco será la última. Elegir un
tema y desarrollarlo es tarea que no está al alcance de
cualquiera. Y mucho menos seis días a la semana. Y más si
hay que contar, cantar e interesar a cierto número de
lectores deseosos de que se les hable, por encima de todo,
de asuntos locales. Y si no se consigue la atención
necesaria, los editores no son tontos ni regalan nada.
Así que no hace falta ser un lince para comprender la mucha
bilis que deben almacenar algunos de los que, siendo
licenciados en periodismo, llevan años y años haciendo sólo
información. A esa clase de licenciados los he visto yo
llegar a la redacción hartos de hacer siempre lo mismo y
lamentándose de haber estudiado una carrera de la que
reniegan a cada paso y por diversas circunstancias.
En ocasiones, si el momento era propicio, yo me atrevía a
indicarles, a muchachos tan aburridos, que estaban en la
mejor disposición para hacer sus pinitos en la columna de
opinión. Que era el periodismo que se había impuesto por
excelencia con el paso de los años. Y no sólo en países como
España, Francia e Italia. Sino que también la tradición
anglosajona, por ejemplo, que siempre prefirió la noticia
escueta y el tono objetivo en los comentarios sin firmar,
ejercicio de fariseísmo e hipocresía, estaba acercándose al
llamado modelo latino, o mediterráneo, vaya usted a saber.
Porque los dueños de los tabloides habían llegado a la
conclusión de que la mayor parte de la sociedad se enteraba
de las noticias por la radio y la televisión, y buscaba en
los periódicos, cada vez más, opiniones y reflexiones. Y
además los lectores mostraban mucho más interés por esas
columnas en las cuales figuraban la cara del columnista,
lejos del anonimato y la cobardía, para poder disentir con
un rostro visto a diario.
Ocurrió que muchos que se ocultaban bajo la fórmula de la
impersonalidad no tuvieron los mismos arrestos a la hora de
quitarse la máscara, y los editores hubieron de echar mano
de quienes sí eran capaces de hacer la columna con rostro y
con agallas. Que eran periodistas. Porque periodistas son
todos los que escriben en periódicos. Aunque no sean
licenciados en periodismo.
Discusión que ya se mantuvo en Bruselas, allá por 2002, y
donde los empresarios británicos dijeron muy claro que ellos
estarían siempre dispuestos a contratar a quienes
escribieran bien la columna. La cual consta de letra impresa
y mala leche (Umbral). Pero dado que en ese menester no
destacaban los licenciados, cada día les era más difícil
ofrecerles empleo.
El título de licenciado en periodismo no concede el derecho
a escribir bien. De ser así, España estaría repleta de
genios de la pluma. Los mejores periodistas, sobre todo los
de opinión, han sido autodidactos. Y algunos obtuvieron el
carné de la manera que hasta hace poco se lograba. No sé si
aún existe esa vía. Pero sí sé que los hubo que nunca
quisieron hacer uso de ella. Para ser columnista no hace
falta tener ningún título. Si bien es necesario saber
transitar la calle y entenderse con la gente. Olvidándose de
la mesa de redacción, de estar colgado al teléfono por
sistema, y de ir cada mañana a recoger la boleta oficial al
ayuntamiento.
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