Me permito hoy, con la cortesía de
“L’ Observateur”, adaptar el sugerente titular de portada de
un numero de este semanario casablanqués, tras el que los
periodistas A. Charaï, H. Arif y M. Semlali firman un
equilibrado reportaje, sin concesiones a la galería, sobre
las largas, complejas y “tumultuosas” (sic) relaciones
hispano-marroquíes, de estimulante lectura. Mi apreciado
amigo Larbi Messari, ex ministro de Comunicación y el
profesor de la Universidad Autónoma, Bernabé López, ponen el
contrapunto en sendas entrevistas que comparto en sus líneas
generales.
Para Messari, ambos países vecinos se encuentran en una
“lógica de interdependencia”, advirtiendo que “Marruecos es
un tema electoral muy importante en España”; ¿la
eventualidad de un enfrentamiento armado?. Messari destaca
la regularidad de maniobras militares conjuntas lo que, a su
juicio, evidencia que “los dos ejércitos piensan en un
enemigo común”. Bernabé López por su parte quita hierro a la
demonización de Aznar (bajo su primer mandato, 1996-2000,
hubo “excelentes relaciones económicas y también
políticas”), rechazando también establecer una correlación
directa entre la calidad de las relaciones y la asunción en
La Moncloa de un gobierno socialista o de derecha.
¿Enemigos?. López reconoce que “los marroquíes son uno de
los colectivos menos valorados por la opinión española”,
obviamente los contenciosos territoriales y los conflictos
históricos siguen jugando su papel pero, no obstante, “La
gran mayoría de los españoles (82%) considera que es
importante o muy importante tener buenas relaciones con
Marruecos”. Finalmente lanza una interesante reflexión sobre
la estabilización y el consenso a propósito de las ciudades
de Ceuta y Melilla (que en todo el reportaje son tratadas
con normalidad por los colegas marroquíes, sin adjetivos
insultantes al uso), estableciendo ciertos paralelismos
operativos con la situación de Gibraltar (que ya había
intentado ligar Hassán II), aunque legalidad internacional
en mano la situación no sea equivalente: Gibraltar (igual
que el Sáhara Occidental, mal que le pese a Rabat) está
sujeto a un proceso de descolonización, Ceuta y Melilla -hoy
por hoy- no. En cuanto a la incomprensión mutua, los autores
ponen el dedo en la llaga al recoger, por boca de un actual
ministro del Gobierno de Abbas El Fassi, que en Marruecos
sigue sin comprenderse el funcionamiento de España, “nada
que ver con Francia. Es otra tradición política y la
sociedad civil española es muy autónoma”. Algo evidente e
importante, que ha levantado no pocas ampollas: léase el
simbólico referéndum filopolisario orquestado hace años por
la Junta de Andalucía, o las veleidades en política exterior
de algunas tontunas y ambiciosas Autonomías.
Pienso sinceramente que uno de los primeros pasos para
intentar, en nuestras relaciones bilaterales, aliviar el
peso de la historia y los estereotipos es suavizar el
lenguaje periodístico, presentando al “otro” sin intenciones
añadidas equilibrando el mensaje sin que ello signifique
renunciar -todo lo contrario- a poner las cartas encima de
la mesa. ¿Los escollos?. Quizá el principal radique en
corrientes subterráneas que intenten manejar los
desencuentros en su propio provecho: Marruecos “vende”
electoralmente en España, pero al revés también. Y, en
ocasiones, España puede servir de chivo expiatorio para
camuflar conflictos internos o desembarazarse de opiniones
críticas en el Rif. Como ocurrió no hace tanto en Nador…
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