Las estadísticas señalan un
espectacular incremento de pacientes en las consultas de
Salud Mental. Por todo. Por la crisis, por el amargamiento,
porque el personal está muy agotado y no tiene muelle para
tirar p´alante.
¡Con buen tinglado se va a encontrar la recién estrenada
Ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez cuando se aposente en
el sillón ministerial! Y sabiendo de medicina y políticas
médicas tanto como una de esas chufas que nacen
predestinadas a ser horchata. Menos que nada. Aunque se
nota, se siente, que la tecnocracia no está presente. ¿O es
que existe un auténtico “técnico” entre los recientes
nombramientos? Tampoco el tema me crea más zozobra que la
normal en una persona que tiene su segunda residencia en la
cutre sala de espera (un pasillo con sillas de plástico) del
área de Salud Mental del centro de salud de El Limonar. Y
cuento esto porque, antes o después, por la Seguridad Social
para ahorrar o en psiquiatra de pago los pudientes, es
normal que todos los que ojeen estas frases acaben teniendo
que pedir la ayuda de un profesional. Pero no por “locos”
esos son los menos y van controlados y alelados por la
medicación. Ayuda por pena, cansancio y agotamiento, por
descubrir un día que no se puede más, decir con cierta
incredulidad “No puedo más” y arrastrar los pies hasta la
quedar sentado ante un tipo con bata blanca que “a lo mejor”
acierta y da con la pócima mágica capaz de doblegar a las
hormonas hijaputas por antonomasia: cortisol y adrenalina y
neutralizar el pellizco en el pecho y el cansancio en la
mente.
¿Nunca han estado en una sala de espera de Salud Mental? No
me refiero a las elegancias de la discreta clínica privada
donde te recauchutan la mente con idénticos remedios
químicos que a los pobretones, pero con finura y deferencia,
todo lo que es “al dinero” es mejor porque es más fino. Pero
para que te garrapateen en una receta el nombre de unos
cuantos antibálsamos de fierabrás tampoco hace falta
gastarse los dineros.
Mejor nos los gastamos en dar una limosna al cepillo del
padre Tiburcio Arnaiz, ese santo de la Compañía de Jesús a
cuya sepultura acudimos los malagueños arrastrando
dolencias, con más fe muchas veces en los buenos haceres y
en la mano del curita ante el Altísimo que en la caja de
pastillejas que acabamos de comprar con una mezcla de
esperanza y de amargura.
En la sala de espera se habla poco o nada, alguna frese
suelta “Y usted ¿Qué está tomando?” Lo dices y se alzan
algunas miradas “Eso lo he tomado yo y es una mierda” o
“Pues ese no me lo han dado a mí, porque será más caro que
el que me están mandando y mi médico es un malaje” Se cruzan
opiniones con voz queda. Todos detestan los antidepresivos
tricíclicos porque engordan y embotan, están anticuados y lo
que curan por la cabeza lo enferman por la barriga. La
fluoxetina también quedó demodé y no porque el personal lea
más a Platón y pase del prozac, sino porque no, porque vino
la venlafaxina que parecía suavizar más las penas. No sé yo
si quedará el medicamento en los laboratorios, para mía que
yo me la tomé enterita a dosis máximas, mezclando con
liberalidad retard y rápida. Y vas tirando. Pero no sanas.
¿Ustedes creen que Trinidad Jiménez imitará a los
americaninis y creará una especie de Dirección de Salud
Mental en cada ciudad donde el director sea el psiquiatra
más cualificado?.
Rojas Marcos es Director de Salud Mental de Nueva York, el
que manda en los locos, los tristes y los desesperados. Aquí
se manda poco y la psiquiatría infantil y juvenil es el
inmenso reto pendiente. Y no digamos los psiquiátricos
especializados en ese público en especial : no hay. Aquí,
eso sí, mucho mamoneo políticamente correcto con el tabaco,
pero faltan cinco mil especialistas desperdigados por
escuelas, centros de menores, institutos y cárceles porque
sabemos que, en esta helada Expaña, se suele plantear poco
el tema de si, ese menor, excepcionalmente cabrón, no es un
psicópata que requiere control urgente en un lugar mucho más
adecuado a sus instintos que un instituto de enseñanza
media, rodado de potenciales víctimas. ¿Ahora por qué
protestan golpeando con los pies sobre el parqué? ¿Qué a
todos los delincuentes habrían de someterles a exploración
forense exhaustiva para determinar si presentan patologías y
de ser así enviarles a psiquiátricos penitenciarios? De
acuerdo. Pero no se construyen psiquiátricos penitenciarios,
conozco el de Fontcalent en Alicante y uno en Sevilla.
También sé que, cuando el Caudillo y la Oprobiosa Dictadura,
la cárcel de Segovia era “Centro de Templanza” y metían allí
a todos los delincuentes que eran borrachos. Ahora están los
centros para drogadictos, pero allí raramente van los presos
a cumplir, hacen falta muchas pamplinas y se requieren
prisiones especiales para “engancháos y hechos polvo” y no
mezclarles con los presos comunes en los patios porque, los
comunes que no se ponen, se intranquilizan ante el
trapicheo, ante los colocones con revuelto en una esquina
del patio, ante el mono tembloroso de vómito agrio del
compañero de chabolo. Pero echarles un cable a los usuarios
de Salud Mental, a los drogotas y a los engancháos parece
que no vende a nivel electoral, hacerse “la foto” con un
despojo sin dientes o con un tipo de expresión tontuna queda
fatal ¡Y no digamos con una depresiva crónica con ramalazos
de trastornos alimentarios!. Digo yo que pensarán que, antes
que posar con esa mierda se alargan al Congo y hacen ademán
de inaugurar una escuela para negritos, se dejan allí los
dineros de los españoles, los dineros de la escuela acaban
en la cuenta suiza del dictadorzuelo de turno y las fotos
quedan solidarias, humanitarias, antirracistas,pro derechos
humanos y de lo más lucidas. Lo exótico vende. Los agotados
enfermos mentales dan repelús, se les ve demasiado
desesperados y encima, como tienen crisis, pueden empezar a
largar verdades prohibidas y joderla.
Y ustedes ¿Qué están tomando para aguantar? A mí me han
pasado a la sertralina bajo el nombre comercial de Vestirán
que rima con “regulín-regulán” y fluctúo entre alapriles (no
me gustan, tumban) diazepanes (no los quiero, obnubilan)
lexatines (demasiado popularizados) y trankimazines
(eficaces al momento pero peligrosos porque enganchan). ¿Nos
traerá Trinidad de las Américas los novísimos avances
farmacológicos en psiquiatría? ¿Qué dicen? ¿Qué sería mejor
que pusieran en cuarentena y vacunaran ipso facto a
cualquier extranjero que entrara en España procedente de un
país de riesgo? Eso también, eso es de cajón. Porque, si
cada vez hay más españoles malos “de los nervios” lo que
sería jodido es que, encimas, los de fuera, nos brindaran
gentilmente la preocupación añadida de la sarna, la tiña, la
tuberculosis, rebrotes de sida, sífilis, venéreas casi
olvidadas, hepatitis varias, dengues y virus variopintos.
Los españoles estamos fatal y más flojos que un muelle de
guita y, por cierto, Trinidad Jiménez ¿Qué tomará o acabará
tomando?
|