Los había convencidos de que la
carrera política de Juan Vivas iba a ser flor de un
día. Que a lo sumo podría permanecer como presidente de la
Ciudad, tras el voto de censura al GIL, los dos años que
quedaban antes de celebrarse las elecciones de 2003.
Ya he contado muchas veces que en su propio partido los hubo
que le fueron con el cuento a Javier Arenas acerca de
que era un error auparle a un cargo que le venía ancho. Que
Vivas era de los que se ahogaban en un vaso de agua. Y cosas
por el estilo.
Y Vivas, que siempre ha estado al tanto de cuanto desea
enterarse, oía, veía, callaba... y se dedicaba a lo suyo: a
ganarse la confianza de los ciudadanos que muy pronto
tendrían que refrendar con sus votos su continuidad como
presidente.
Aspiraba Vivas no sólo a ser confirmado en las urnas sino
que también tenía metido entre ceja y ceja hacerlo con
holgura. Aunque, por muchas encuestas que augurasen esa
posibilidad, él no pensaba en que podría obtener una mayoría
absoluta.
Un triunfo rotundo jamás antes logrado por ningún otro
candidato en Ceuta. Gracias, desde luego, a que los ceutíes
se habían dado cuenta -durante los dos años que había estado
Vivas ejerciendo como presidente elegido a dedo- de que éste
había superado la prueba con nota altísima. Y, aún más, que
se había revelado como esa figura política que la ciudad
necesitaba cuanto antes.
Cuatro años después, en 2007, otra mayoría absoluta, con
aumento de votos, puso de manifiesto que la ciudad seguía
confiando en su presidente. Que existía una especie de
comunión entre él y su pueblo. Una unión -que pese al
desgaste que producen los años en el cargo, eran seis, en
esta ocasión- que había salido aún más fortalecida.
Aquel éxito fue el detonante para que saliera a relucir la
envidia enconada de quien, desde hace ya muchos años, está
lampando por se concejal de algo. Un individuo que vive y
actúa como si fuera un remedo de Don Quintín el Amargao. Y
que está sirviendo, como tonto útil, a un empresario que se
ha dado cuenta de que sólo maneja ya páginas de
antigüedades. Con lo que fue él...
Esa envidia, mayor incluso que la descrita por Quevedo
como “falsa y amarilla, muerde pero no come”, está
haciéndole perder los papeles a un sujeto que, arropado por
cuatro tontilocos con ínfulas de miras políticas de altura,
ha llegado a su punto culminante. De ahí su aversión hacia
Vivas. Una tirria que a buen seguro le va a dejar secuelas
incurables, si no se pone cuanto antes en tratamiento.
Puesto que su fracaso político está acompañado de una
obcecación que nos los muestra en toda su fragilidad. Y
pensar que este hombre llegó a ser titular de la Consejería
de Hacienda, no ha mucho, obteniendo fracasos rotundos de
crítica y público. Y sigue empeñado, todavía y
contumazmente, en contarnos cómo llegó Vivas a la
presidencia y, sobre todo, en denigrar a una persona que no
ha dado la menor muestra en su segundo mandato de padecer
los síntomas negativos que le achacan a este pasaje.
Porque a Vivas no se le ha subido a la cabeza la segunda
mayoría absoluta. Ni escupe por un colmillo. Ni menosprecia
la política menuda. Ni se muestra distante. Ni presume de
inteligente. Ni es osado. Tampoco es imprudente. Y, por si
fuera poco, tiene tirón entre las mujeres. Para
desesperarse. ¿Verdad, Aróstegui?
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