Días atrás, algunos tontilocos
celebraron una expresión, tan manida como vulgar, con que
nos obsequió el genio premiado por el GIL en su momento de
esplendor, dedicada en su tira al secretario General de
Comisiones Obreras.
El genio nos dijo que Aróstegui era una mosca
cojonera. Y el hecho, dado el asombro que produjo entre esas
personas tontas y alocadas, ha pasado a ser considerado como
la gran obra del dibujante. Autor de una tira cómica en un
medio cuyo editor comprendió bien pronto que para seguir
llenando la faltriquera no tenía más remedio que hurgarle en
los genitales a los gerifaltes surgidos de Marbella, allá
cuando los años noventa estaban tocando a su fin.
Mas, eso sí, con mucho cuidado y tiento; a fin de que los
tocamientos a los gilistas fueran placenteros y nunca
causantes de desazón, inquietud o desasosiego. Estamos
hablando, sin duda, de una mosca cojonera amaestrada e
interesada, por encima de todo, en llenar la caja de
caudales. Aunque en el empeño tuviera que acuclillarse y
hasta posponer su enorme orgullo.
Por consiguiente, a mi estimado Vicente Álvarez, de
quien me sé de sobra cómo trabaja, le faltó, al calificar
como mosca cojonera a Aróstegui, decirnos también que es
insecto tan amaestrado como el editor del periódico en el
cual se le permite que insulte todos los días a otro medio
que ha sido capaz de romper la barrera del monopolio en una
ciudad donde sólo mandaban, hasta hace nada, el editor
referido; el secretario general de CCOO; y varios
empresarios que usaban a las moscas cojoneras, amaestradas,
para beneficiarse del trabajo que éstas acostumbran a
desempeñar en los lugares más desaseados.
Ambas moscas cojoneras, ya nombradas -tampoco es cosa de
insistir-, llevan ya muchos años formando pareja bien
avenida. Primero se detestaban. Porque una era licenciada en
remonta, mientras la otra procedía de cuadras de andar por
casa. Pero hubo un momento en que ambas coincidieron en el
sitio justo y en los momentos adecuados. Es decir, en la
zona sucia del Ayuntamiento. Y fraternizaron. Y echaron a
volar juntas. Con el único objetivo de asustar a quienes se
opusieran a sus voluntades.
Puesto que las moscas cojoneras, esas que animan la tira de
Álvarez, suelen volar muy bajo y gozan de enormes
posibilidades de adherirse a las partes pudendas de sus
oponentes y dejárselas inservibles para mucho tiempo.
Lo cual es más peligroso que molesto. Dado que ambos
insectos destilan un líquido con propiedades inflamatorias.
Y que dejan los cataplines tan deteriorados que incluso los
mejores dermatólogos se las ven y se las desean para sanar
lo que los dípteros estropean con sus lamidas iracundas.
Aunque, justicia obliga, conviene volver a recordar que lo
mismo, si se salen con la suya, dan mucho gustirrinín...
A Vicente Álvarez (tan imaginativo él; de lo contrario le
habría sido imposible inventar esa expresión de mosca
cojonera, que debe haberle dejado exhausto) le convendría
saber que en la traición a Fortes intervino
decisivamente una de las moscas cojoneras que aparecen aquí.
Claro que en el pecado lleva la mosca cojonera su
penitencia. Ya ves, Vicente, la que se ha liado por culpa de
tu brillante imaginación. Y es que lo tuyo no tiene
parangón. O sea.
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