Raro es el día que los medios de
comunicación no dan cuenta de algún homicidio o suicidio
causado por alguna persona que tiene un trastorno mental. Lo
que indica que algo no se está haciendo bien. La pregunta es
evidente: ¿Son los trastornos mentales, la gran asignatura
pendiente de la sanidad? Estudios recientes nos indican que
los trastornos mentales siguen avanzando a pasos agigantados
en todo el mundo. Los desórdenes de la vida actual pasan
factura al ser humano. La crisis de los valores de
referencia, la cultura productiva que convierte a la persona
en una máquina encerrada en si misma, la búsqueda de lo
imposible, los conflictos permanentes, la violación de los
derechos humanos, la exclusión y la marginalidad, la
ausencia de ambiente familiar, el miedo o la represión; son
solamente algunas de las muchas situaciones de riesgo que
produce una sociedad disociada, cambiante, inhumana en
bastantes ocasiones. En consecuencia, nadie estamos a salvo
de forjar comportamientos atípicos. Lo cruel es cuando estos
trastornos, además, generan más dolor, provocando muertes.
Quizás muchas páginas de sucesos podrían evitarse si los
planes de salud mental tuviesen financiación suficiente y un
sistema de evaluación del plan permanentemente, y si las
personas con trastornos estuviesen más controladas por los
especialistas y se les requisase todo tipo de armas. En esto
último, no se puede fallar. Un desacierto humano puede dar
lugar a multitud de víctimas en cadena.
Por otra parte, esta sociedad tiene la obligación de
reafirmar la inviolable dignidad de la persona con
trastornos mentales y salvaguardarla a toda costa. Hay que
ir a la raíz del problema. Los trastornos mentales son un
problema social, y como tales hay que enjuiciarlos. Debemos
ordenar el sistema de valores sociales, humanizar los
ambientes, para que los desequilibrios en las personas dejen
de reproducirse a un ritmo vertiginoso, como en el momento
presente. Hoy más que nunca, precisamos de valores éticos.
Ya lo dijo el escritor francés, Albert Camus, en el pasado
siglo: “Un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a
este mundo”. Esta moral se encuentra presente en el interior
de toda persona y la lleva a insertarse en un orden vital y
creativo que la mejora día tras día. Los profesionales de la
salud mental, aparte de su cualificación, precisan recursos.
Su curación no sólo depende de las medicinas, sino también
de la relación personal con los agentes sanitarios. Esto
significa que cualquier merma de efectivos o desequilibrio
en las personas que intervienen en el proceso de curación
del enfermo, se traduce en una dificultad grande para la
recuperación del paciente. Deseamos, en todo caso, que se
aviven planes integrales de salud mental, sobre todo para
que desaparezcan, de una vez por todas, aquellos métodos
crueles que pasaban del respeto al enfermo
Se habla de actuaciones preventivas, pero en la práctica
cotidiana a juzgar por lo que denuncian los familiares de
los enfermos mentales, nos da la sensación que se evoluciona
muy lentamente, como tampoco se progresa en el desarrollo de
los programas de apoyo social, a los que por cierto no les
debería afectar la crisis económica actual. Esto es política
social. La estrategia de atención específica a la salud
mental de la infancia y adolescencia, haciendo especial
énfasis en la promoción y prevención en salud mental en
estas edades, no suele pasar de las buenas intenciones.
También es verdad que hace falta aumentar la conciencia
social sobre las necesidades de chavales que presentan
trastornos emocionales y conductuales. Para algunos
adolescentes tomar alcohol y drogas es una manera de
“automedicarse”, de huir de la realidad. Tal vez estén
deprimidos o ansiosos, tal vez su tristeza venga ocasionada
porque no tienen familia donde ubicarse. Las adicciones es
un factor importante que contribuye a los accidentes,
suicidios, violencia, entre la juventud de todo el mundo.
Muchos de los síntomas de los sentimientos de suicidio son
similares a los de la depresión. Es fundamental, pues, que
todos nos apoyemos en todos. Por desgracia, los familiares
de enfermos mentales se quejan de la falta de ayuda y
comprensión hacia esta enfermedad, que va camino de
convertirse en un verdadero flagelo mundial.
La calidad de vida de las personas con enfermedad mental y
de sus allegados, desde luego, requiere pocas compasiones, y
si una adecuada calidad asistencial sociosanitaria. Hay que
normalizar una enfermedad de la que nadie estamos libres, en
la que cualquiera podemos caer, pero también hay que ir más
allá de una forzada integración de la salud mental en los
centros de atención primaria. Se necesitan medios y
profesionales formados para conocer y cuantificar la
magnitud del problema que se le presente. A veces no será
necesario medicar. Se podrán utilizar otras estrategias más
efectivas, teniendo en cuenta además, que el enfermo mental
no suele reconocer su enfermedad y suele negarse a tomar
fármacos. Las prioridades del pacto europeo por la salud y
el bienestar mental, es toda una lección de buenos
propósitos que deberían llevarse a buen término. Se trata de
prevenir la depresión y el suicidio, la salud mental de los
jóvenes y de las personas mayores, la salud mental en el
trabajo, la lucha contra la estigmatización y la exclusión
social. Claro, con unos servicios de salud mental
sobresaturados, es bastante complicado hacer un seguimiento
a los usuarios más directo y más continuo. Cada persona es
un mundo y, una persona con un trastorno mental, es también
única como lo somos cada uno de nosotros; lo que exige
proyectos individualizados y atención constante. Son
ciudadanos en su mayoría dependientes. Sin duda, la ley de
promoción de la autonomía personal y atención a las personas
en situación de dependencia, debe responder a estas
necesidades también. Que se lo digan a las familias.
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