El impacto de una víctima del terrorismo de la organización
terrorista ETA suele durar en la memoria colectiva lo que
los relámpagos de una tormenta, pero hoy puedo decir que ya
son 17 años siendo testigos de una verdad terrible. Un
atentado terrorista puede compararse a una piedra arrojada
en un estanque. Así, origina ondas que no sólo afectan a las
víctimas propiamente dichas, sino también a aquellos que
están cerca de ellas. Se trata de un efecto onda y un efecto
contagio. Hace 17 años que mi familia fue víctima de un
crimen político y desde entonces sólo se demandar una clase
de justicia, que llamaré política.
No es verdad que ETA mata cuando puede, donde puede y a
quien puede. Quiero ensalzar aquí que mi padre es víctima
porque antes fue combatiente. Y que hoy, gracias a personas
como él, tras más de treinta años sufriendo la lacra
terrorista en España, las víctimas del terrorismo son una
fuente inagotable de energía que dan su vida por la justicia
y su fruto: la PAZ. Las víctimas del terrorismo han dado su
vida por la convivencia y la libertad del país, algo así
como Jesucristo, cuando dijo: “Doy mi vida…Nadie me la
quita, sino que yo por mí mismo la doy”.
En este aniversario, quiero que todos tengamos presente,
siempre, el dolor, el sufrimiento, y el sacrificio de las
víctimas, pues sobre ellas, sobre su temple y su paciencia,
se ha construido una parte importante de nuestra sociedad
democrática.
No tengo por qué negarlo. Aquel suceso traumático me
desbordó la capacidad de respuesta, pero hizo que surgiera
mi compromiso de no bajar la guardia, de no ceder ante el
chantaje y de defender la ley como único antídoto contra el
terrorismo. Y desde mi posición de representante de las
víctimas del terrorismo en Ceuta, y con el convencimiento de
que me asiste la razón, puedo asegurar que seremos nosotras
las que conseguiremos vencer a ETA, porque a mí se me va la
vida y la dignidad en ello.
Las víctimas del terrorismo somos portadoras de la memoria
del terrorismo, y no habrá paz que no pueda construirse sin
ellas. No hay mañana sin ayer. Por eso, hay que avanzar en
curar las heridas del pasado a través de más justicia, más
verdad y más reparación.
Sí, estoy golpeada por la vida. Pero quien olvida no sólo es
cobarde, sino que carece de reivindicación cristiana;
aquella que debería contagiarse al laicismo de nuestra
sociedad, la piedad para quienes han sufrido tan
gratuitamente. Mi compromiso por escrito de que nunca,
nadie, podrá apagar mi grito de PAZ. Hay quienes me achacan
que soy rehén de los asesinos etarras, no comprenden que si
el recuerdo permanece, la lucha prosigue. Primero he vencido
mi miedo, y sepan que yo ahora nunca dejaré mi obligación de
persona de no querer vivir arrodillada ante la violencia.
Reitero ahora lo que hace seis años ya dije en un programa
lleno de la munición más importante de la libertad, que es
la palabra, y en el que sólo quería movilizar contra la
miseria etarra: ETA…. Una cosa es tener secuelas y otra muy
distinta, despedirse de la vida.
Y recordad…“Tristes armas si no son las palabras”
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