El jueves pasado, durante una
sobremesa, tuve la oportunidad de hablar, entre otras muchas
cosas, de ‘El Pueblo de Ceuta’. Se debió a que uno de los
comensales preguntó por el número de años que lleva
editándose este periódico. Y lo saqué de dudas muy pronto:
el próximo sábado cumplirá catorce años.
En esa época, dijo la persona interesada en saber cuándo
salió a la calle el primer ejemplar, aún no era yo ni
veinteañero. Pero recuerdo, muy bien, cómo mucha gente le
auguraba corta vida a ‘El Pueblo de Ceuta’. Y eran muy
claras las razones que alegaban los más derrotistas: Nunca
se ha permitido en esta ciudad que ningún otro medio escrito
se haga un hueco.
Y, claro, salieron a relucir las cabeceras de periódicos que
cayeron fulminados por las imposiciones del monopolio. Y no
tuve el menor inconveniente en contar anécdotas relacionadas
con el último medio que sufrió el acoso y derribo de
autoridades y empresarios y que acabó cerrando. Y conté que
fue un martes 4 de abril, de 1995, cuando yo escribí un
artículo en este periódico. Por lo tanto, hoy se cumplen
esos catorce años de los que hablaba al principio. Titulé lo
escrito como ‘Lo naciente’. Porque todo nacimiento debe
considerarse como un acontecimiento único. Y mentiría si no
dijera que yo también tenía poca fe en que la criatura
pudiera crecer en un ambiente tan poco propicio.
El único que sí creyó en lo que estaba haciendo, y es justo
airearlo, fue el editor. Aunque bien sabía que estaba
obligado a proteger a la criatura de todos los peligros que
la acechaban. Que tendría que guiarla con mano de hierro si
quería evitar que se cumplieran los malos vaticinios que
circulaban por corrillos, mentideros, tertulias y despachos
municipales.
De acuerdo, Manolo, pero no me negarás que el editor
ha tenido más suerte que otros que también lo intentaron
derrochando dinero y esfuerzo en el mismo cometido. Te lo
niego. Y además rotundamente. Y, desde luego, con
conocimiento de causa. No olvides que yo he trabajado en
varios medios escritos durante años.
El caso de José Antonio Muñoz no tiene nada que ver
con el de otros editores. Lo primero que hizo es delegar en
alguien que ya había adquirido experiencia en otra empresa
periodística. Eso sí, se situó en sitio preferente con el
único fin de aprender sin prisas pero sin pausas todo lo
concerniente a una actividad complicada. Y desde esa atalaya
mantuvo con firmeza las riendas de su periódico. Con firmeza
y repleto de ilusiones.
Todo comenzó en una primera planta del Paseo de Las
Palmeras; en una especie de cuchitril donde las
incomodidades eran muchas, pero donde principiaron a ponerse
los cimientos de una redacción en la cual destacaban dos
técnicos que fueron y siguen siendo los pilares de la Casa:
José Antonio Martín y Carlos Cano. Y en esa
redacción ya ejercía Ángela Guerra de secretaria. Y
así hasta llegar a la calle Independencia. Donde las
instalaciones fueron reformadas hasta convertirse en un
habitáculo confortable y coqueto. Y a ver quién es capaz de
llevarme la contraria.
Y, por si fuera poco, el editor sigue dando muestras de
querer hacer cada día un periódico mejor. Y a fe que
terminará consiguiéndolo. Ahora, además, tiene la suerte de
tener a Ángel Muñoz Tinoco, como director gerente. Y
yo me puedo permitir el lujo de destacar tan grande labor.
Porque me paso el qué dirán por la taleguilla.
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