No se lo qué me pasa que, en
cuanto llega la Semana Santa, me da por ser bueno y escribir
sobre la semana de pasión, olvidándome de mis queridas y
nunca bien ponderadas criaturitas, esas que me dan con sus
declaraciones y sus actuaciones, las pautas para poder hacer
la columna cada día.
Los voy a echar de menos durante unos días, a no ser que por
esas cosas que tiene la vida me salga, alguno de ellos, por
peteneras. Por cierto, antes de continuar, que después se me
olvidan las cosas, las peteneras son un cante al que los
cantaores gitanos no lo quieren ni escuchar. Cantarlas da
“mar bajio”.
Vamos a dejar las peteneras y lo que sienten por ellas los
cantaores gitanos, y vamos a continuar con esa bondad
exquisita que recorre cada una de las células de mí cuerpo
serrano durante la Semana Santa.
Por principio, con el inició de las vacaciones de Semana
Santa, en nada empezará el éxodo de ceutíes hacia la
Península. Algunos, desde principios de año, tienen el
calendario hecho, de forma que saben como aprovechar esos
días propios que no han sido aprovechados a la espera de la
llegada de la Semana Santa, con lo cual pueden disfrutar
unos días más de vacaciones.
Ceuta, a partir del próximo lunes, algunos ya lo han hecho
este fin de semana, se irá quedando, cada día con menos
personal en sus calles, hasta llegado el momento culminante
del miércoles santo en que nos convertiremos en un desierto,
y hasta donde te costará trabajo tomar un desayuno, porque
todo estará cerrado, para desesperación de todos los que nos
quedamos en nuestra tierra.
Esto que estoy contando no es nada nuevo porque cada año,
por estas fechas, sucede lo mismo. Es como la moviola,
repetición de la jugada. Como también será repetición de la
jugada, los lamentos que vendrán dando, después de pasar las
vacaciones, todos aquellos que se marcharon para disfrutar
fuera de esta tierra de ellas.
Escucharemos las mismas frases, para que nada cambie, para
que todo siga igual, porque siempre es lo mismo, años tras
años y, siempre, contados por los mismos más algunos nuevos
que se hayan unido, por vez primera este año.
Como todo esto, tanto la marcha hacia la Península, los que
aprovechan los días propios, lo de no encontrar donde
desayunar, lo dejar Ceuta desierta y las lamentaciones de
los que vuelven después de las vacaciones, ya no le pongo
oído a nada ni a nadie. Puesto que es más aburrido que jugar
un parchís a las cuatro de la madrugada, escuchar siempre lo
mismo, dicho y comentado por los mismos de siempre.
La ventaja que se tiene, con todo esto, es que si usted coge
el coche puede aparcar, donde le venga en ganas, unas horas
antes de los desfiles procesionales, porque hay sitio de
sobra en cualquier calle.
Cosa que me da igual, lo del aparcamiento del vehículo, pues
no tengo coche y, siempre, uso el de San Fernando “un ratito
a píe y otro andando”. Oiga igual me equivoco y no pasa nada
de lo que estoy diciendo. No me lo creo.
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