Ha llegado Primavera al balcón de
Europa. No me pregunten cómo ha venido. Ni el visionario
Machado en su tiempo supo cómo ha sido. Inmersa en la cuna
de la cultura occidental visita los centros escolares.
España es el cuarto país de la Unión Europea con más niños
de tres años escolarizados, pero también es una de las
naciones comunitarias punteras marcada por el abandono
escolar temprano y por la violencia en las aulas. Ella llega
en son de paz, con el deseo de avivar un aire primaveral que
propicie un clima educativo-ecológico-laboral que prime, al
menos, la posesión de una cualificación humana y profesional
entre los discentes. Europa es el marco. Téngase en cuenta
que las oportunidades de vivir, estudiar y trabajar en otros
países que la Unión Europea ofrece a sus ciudadanos suponen
una contribución fundamental a la comprensión entre las
culturas, el crecimiento personal y la realización de todo
el potencial económico europeísta. No en vano, más de un
millón de ciudadanos europeos, de todas las edades,
participan cada curso en los programas de educación,
formación y desarrollo. Pues que florezca esa sabiduría de
apertura, de análisis, de renovados brotes humanísticos como
esa Primavera, con mayúsculas, frondosa, que nadie puede
detenerla por más que desbasten todas las flores de la vida.
Primavera trae una consigna. No conoce el desanimo. Su
efervescente despuntar pretende animar a los profesores a
que reserven uno o varios días de su calendario escolar para
hacer participar a sus alumnos en unas actividades dedicadas
al debate, la interacción y la reflexión sobre temas
europeos. Si en el espíritu y en la historia de todos los
inviernos habita el esplendoroso renacimiento, la esperanza
no está perdida. Estoy seguro que la dama de los poetas e
inspiración de los enamorados, puede cambiar el mundo. De
entrada, ha dispuesto ofrecer a los jóvenes europeos, la
posibilidad de expresar sus opiniones y hacer oír sus voces
en toda la territorialidad Europa. Ella misma es esa
juventud que mantiene las luces de la poética encendidas,
lejos de cualquier riesgo para la salud del planeta. Su
lealtad para las especies es nuestra lealtad. Nuestro deber
de sobrevivir más allá de nosotros mismos es carta de
navegación para ese cosmos, antiguo y vasto, del cual
pendemos.
En el año europeo de la creatividad y la innovación (EYCI),
la luminosa Primavera, ensortijada de adjetivos y nombres,
también quiere despertar y ser musa de una generación
europeísta capaz de alumbrar genialidades. Sabemos que es
fácil crear palabras, pero muy difícil crear ideas
restauradoras y renovadoras. Europa tiene que ser única en
crear un universo de convivencia, y la ocasión hay que
crearla, no esperar a que llegue. La receta extendida por
Antonio Machado, refrendada por la dama de la belleza, puede
servirnos y servirle a esa juventud, que camina a ninguna
parte, muchos de ellos con un título universitario debajo
del brazo: “¿Dices que nada se crea?, no te importe, con el
barro de la tierra, haz una copa para que beba tu hermano”.
Quizás tengamos que volver al horizonte soñado a vestirse de
utopías para diseñar un futuro mejor y retomar el paso de la
ética, única forma de salir de todas las crisis.
Doña Primavera, conquistadora de alegrías, es clarividente.
Sus primorosas flores son idóneas para enraizar estéticas.
Algo que ha de tener cabida en las diversas asignaturas de
los variados planes de estudios. Personalmente, me gusta esa
innovación efervescente, que no mira atrás, y que se brinda
sin exclusiones. Porque es cierto que debemos apoyar la
creatividad artística y otras formas de creatividad en toda
la educación preescolar, primaria, secundaria y la formación
profesional; crear un contexto que permita a los jóvenes
adquirir competencias para saber expresarse a sí mismos a lo
largo de sus vidas; promoviendo la diversidad cultural como
fuente de creatividad y de innovación; estimulando el uso de
las tecnologías de la información y la comunicación como
instrumento para expresarse a sí mismos; contribuyendo al
desarrollo de una actitud más empresarial; concienciando a
los jóvenes de la importancia de la innovación como camino a
un desarrollo futuro más sostenible; señalando las
estrategias regionales y locales que se fundamentan en la
creatividad y la innovación.
Estará con nosotros, los europeos, la enamoradiza Primavera
hasta entrado el mes de mayo. Su calendario es tan intenso
como extenso para estimular la mente. En todo caso, esto es
una buena noticia. Que las ideas muevan a Europa es tan
preciso como necesario, en un momento tan necio y nocivo
para la humanidad. Pero todas las nociones, de todas las
naciones, deben ser consideradas, más allá de la voz de unos
líderes mundiales privilegiados. Construir una nueva
arquitectura para el mercado financiero internacional o el
reconstruir éticas perdidas, a todo el mundo nos concierne.
Para ello, hay que despojar las ideas de los intereses,
perpetuar la ética como idea y la moral como fuerza social.
Al fin y al cabo, el auténtico europeísmo que nos lega la
lúcida Primavera, a poco que nos adentremos en su poesía,
pasa por transformar los deseos en realidades y pasar de las
ideas a los hechos. Los pobres no pueden esperar más. El
planeta está en las últimas. La humanidad hay que
humanizarla. Por todo ello, la Unión Europea ha de ser más
que una asociación económica y política única entre
veintisiete países europeos democráticos, debe ser el
hábitat de los jóvenes dispuestos a hacer del mundo una
primavera para todos. Sea cierto, en todo caso, que
Primavera; la dama del amor, en verdad enamora a Europa.
Insisto: ya está con nosotros. Sólo hay que reconocerla y
seguirla.
|