Debo confesar que he hablado con
Pedro Gordillo, en apenas dos meses, más que durante
veintitantos años. Pero no vayan a pensar en que hemos
estado haciendo horas extras de charla para recuperar el
tiempo perdido. Porque la única verdad es que nunca antes se
había encartado entre nosotros trabar conversación en cinco
ocasiones seguidas.
Esos encuentros con el presidente del Partido Popular,
siempre fortuitos, me han permitido comprobar que éste gana
mucho en las distancias cortas. Donde suele mostrarse
campechano y espontáneo. Y he observado también que tampoco
hace nada para controlar su estado emocional. El que le
permite ser imprevisible en sus manifestaciones. Esas que
cuando las realiza como autoridad le juegan a veces malas
pasadas.
Por esa buena impresión que me viene causando PG, más vale
tarde que nunca, muy pronto, si me concede una entrevista
para ‘Ceuta Siglo XXI’, haré la lista de preguntas adecuadas
al personaje. Y seguro que en ese cuestionario no faltará la
que sigue: ¿Cree que muchos dicen cosas malas de usted no
por lo que saben de su vida, sino por lo que usted sabe de
la de ellos?
Y así, en ese plan atrevido y punzante, intentaré por todos
los medios que el político poderoso, respetado y apreciado,
temido y odiado, a partes iguales, y sobre todo criticado
acerbamente por quienes no le perdonan lo que no le
perdonan, se abra ante el inquisidor sin descomponer la
figura. Con el único fin de que responda lo mejor posible a
ciertos prejuicios que intentan por todos los medios
ensombrecer su trayectoria, alegando en su contra que hubo
una vez un Gordillo muy distinto al de ahora.
El que se someta o no a mi entrevista, o que en caso de
hacerlo conteste dando el pecho o decida mantenerse cobijado
en el burladero de la seguridad, no cambiará en absoluto la
imagen que de Gordillo me he ido yo formando con su manera
de proceder y con el historial que se ha ido labrando
durante tantos años como persona destacada de una Ceuta
donde todo se analiza minuciosamente y todo se exagera. Por
ser, lo he dicho ya muchas veces, una ciudad pequeña aunque
con problemas de urbe grande.
Gordillo es pieza vital en el funcionamiento del partido que
preside. Porque lo controla con mano de hierro. Y es
asimismo el hacedor de esa clientela que todo partido
necesita. Pues pobre del político que crea que sólo con su
facilidad de palabra y buenas maneras puede conseguir
muchísimos militantes dispuestos a darlo todo por la causa.
Sobre todo en los momentos difíciles. Mas semejante tarea
desgasta más que ninguna y le crea enemigos acérrimos a
quien la realiza.
Los enemigos de Gordillo son muchos. Claro que sí. Y él lo
sabe. Y sabe además que es tachado de malo, por parte del
maniqueísmo local, en ese tándem que forma con Juan Vivas.
Como es consciente de que en esa dicotomía a la que somos
tan dados los españoles, los partidarios de Vivas triplican
a los suyos.
Pero esa cruz es bien llevada por Gordillo. Máxime cuando el
bueno es capaz de conseguir mayorías absolutas con facilidad
pasmosa. Lo que no digiere, aunque lo intenta, es que haya
consejeros incapaces de apreciar las dificultades que tiene
el asumir el papel de malo y encima parecerlo. Y llega un
momento en el cual se desespera y pierde los papeles. Así
como suena.
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