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cultura - LUNES, 30 DE MARZO DE 2009


el mago Murphy. reduan.

reportaje
 

Belo Horizonte

El mago Murphy triunfa con su
actuación en la Sala Café Club
 

CEUTA
Rober Gómez

ceuta
@elpueblodeceuta.com

AQUEL busto parlante de la segunda edición del telediario de la primera cadena pública había dicho la palabra: “Belo Horizonte”. No había lugar a dudas.

¿Qué probabilidades había de que aquello sucediese? Esa noche de un mes de primeros de siglo trataba de hacer dos cosas al tiempo: informarme de la actualidad y enfrascarme en La guerra del fin del mundo, la inquietante novela de Mario Vargas Llosa. ¡¿Cuáles eran las probabilidades de que aquello ocurriese?!

Si cualquiera de las tareas que hice ese día me hubieran resultado más fáciles o me hubieran retrasado, no se habría dado. Si dos semanas antes, en lugar de decantarme por Vargas Llosa, o por cualquier de sus otras novelas que habitan en la gigantesca biblioteca de mi padre... tampoco hubiese sucedido. El libro pesaba como medio kilo de unas 600 páginas, lo que equivale como a más de medillo millón de palabras. Y precisamente entre todos los segundos que tiene un día, un mes, un año; entre todas las cosas que podría haber estado haciendo ese día, entre las nueve y las diez menos cuarto de esa noche, durante unas décimas de segundo leí: “Belo Horizonte”... y el busto parlante dijo: “Belo Horizonte”.

Levanté como un resorte la cabeza y miré el televisor. El presentador hablaba de un motín en una cárcel de Brasil... en ¡BELO HORIZONTE! Si hubiese escogido ver cualquiera de los otros telediarios o no hubiera estado en casa o el orden de las noticias hubiera sido otro o el presentador se hubiese trabado en algún momento leyendo el telepronter. O, aún más, si el cabecilla del motín en la cárcel hubiese decidido que el follón lo montaba al día siguiente... Y Belo Horizonte tampoco es una palabra que se oiga a diario. Todo había conjurado para que se produjese esa coincidencia cuyas probabilidades tendían a cero: ¡a cero!

No creo que vuelva a vivir una coincidencia parecida, lo cual me cabreó en su momento, porque... era intrascendente. No cambiaba para nada las cosas. Uno espera que este tipo de casualidades resulten como un terremoto en tu vida. Pero no hubo nada de eso. Simplemente, había vivido un momento mágico con una insoportable levedad en el orden del Universo.

La de este fin de semana es una coincidencia mucho menos improbable. David –aunque había nacido en Oviedo en 1975– y yo crecimos en el mismo barrio, en el mismo portal, el 7, del mismo edificido, el 17, de una calle de Santander, General Dávila, que tenía más de cien números.

Recuerdo cuando volvió del kiosko con un kit de magia llamado El mundo mágico de Tamariz. Nos burlamos de él cuando dijo que, a partir de entonces, quería ser mago.

Sus primeras actuaciones las hizo detrás del portal número uno, ante una quincena de chavales que no queríamos otra cosa que echarle abajo el número descubriendo dónde estaba el truco; aunque no lo viésemos. Así que aquello acababa siempre como el Rosario de la Aurora.

En su página web dice que de niño era “inquieto”, pero yo os aseguró que más que inquieto era gamberro. Todos éramos un poco gamberros, pero él se llevaba la Palma de Oro del Festival de los Gamberros. Hubo una época en que nos dedicábamos a escoger cada día uno de los numerosos edificios que por aquellos días de los años 90 se construían en la zona; y siempre nos llevábamos algo de recuerdo, aunque un pico y una pala no nos servía mucho para jugar.

Cada día que pasaba, David sentía más fascinación por el mundo de la magia, así que pronto entró en el Círculo de Ilusionistas de Cantabria. Las funciones detrás del portal 1 fueron mejorando.

Un día, su familia se mudo a Soto de la Marina, una localidad cercana a Santander y le perdimos la pista.

La siguiente y última vez que volví a verlo ya éramos los dos veinteañeros. Yo jugaba en un equipo en el torneo de fútbol sala de las Fiestas del Colegio Salesianos, donde él realizaba un número.

- No me acuerdo de eso -me dice en el camerino, un cuarto de hora antes de que comience su actuación en la Sala Café Club; y eso quiere decir que lleva demasiadas funciones como para recordarlo.

Por ejemplo, en el año 2000 entró a trabajar en Universal Studios Port Aventura, donde realizó durante más de 700 representaciones de El misterio de Yin Xu.

- ¿Cuando te marchas?

- Mañana tengo que estar en Cádiz.

- ¿Actúas?

- Sí... y luego -trata de recordar-, luego La Línea, Algeciras y un sitio que creo que se llama Cabezas de San Juan, o algo así.

- ¿Qué es, una actuación cada dos días?

- No. En esta gira –por el sur de España– tengo contratadas actuaciones todos los días.

Debía ser el año 2003 cuando entreviste a dos ilusionistas veteranos de Cantabria que habían ganado algún certamen nacional. Les pregunté por David. “¡¿El Mago Murphy?!”, dijeron casi al tiempo, “claro que le conocemos, fue discípulo nuestro”.

“¿Y qué tal es?”, pregunté. “Es uno de los mejores ilusionistas de España, de los pocos magos que pueden vivir de esta profesión”.

Yo no lo sabía, porque nunca madrugo a las seis de la mañana de un sábado, pero tres años atrás había entrado a formar parte de Disney Channel, donde había conseguido su propio espacio semanal en el programa Zona 7. Al año siguiente lo fichó Antena 3 para Megatrix, donde estuvo tres temporadas como mago y presentador. En 2005 repitió experiencia televisiva en SQP y en 2006 formó parte del equipo de magos de Shalakabula, presentado por Paz Padilla.

- La televisión quema mucho -dice.

- ¿No tienes nada ahora en tele?

- Hay algo que puede salir -y sonríe-.

Manuel, el Fleki, uno de los dueños de la Sala Café Club, asoma por la puerta.

- Hay muchos niños -dice-, ¿quieres que les pongamos sentados en pufs en primera fila?

- Si eso significa que podrá haber más adultos más cerca del escenario, perfecto.

- Ok -se despide Manolo.

- Esto es lo que me pasa también por haber trabajado en programas como Megatrix -sacude la cabeza.

- ¿Te han encasillado un poco, o qué?

- Sí. Realmente, hoy quería hacer un número de ilusionista, pero tendré que cambiar un poco y hacerlo de mago.

- ¿Así que hay diferencia entre magia e ilusionismo?

- La primera acepción fue prestidigitador, que viene de presti: habilidad; y digitador: dedos. Tío -dice descuidadamente cambiando de tema-, la última vez que fui a Santander la gente del barrio estaba igual, siguen haciendo las mismas cosas. ¿Sabes? Hace una semana vino Javi a ver el espectáculo que hice en Sevilla.

Javi era uno de los chavales del barrio que se mudó con su familia a la capital andaluza, así que empiezo a pensar que la coincidencia de verme en Ceuta tampoco debe ser tan extraña para él.

- ¿Dónde vives ahora?

- En Madrid. He estado tres temporadas en el Teatro Gran Vía con La Escuela de Magia.

- ¿Eso que era, docencia?

- No. Era un espectáculo bastante teatral en torno a la magia, sobre una escuela y tal...

- ¿Aprovechando el tirón de Harry Potter?

- Puede ser.

- ¿Cómo fue lo del éxito de Harry Potter? ¿Ayudó al mundo de la magia?

- Sí, los niños se interesaron mucho; y todavía lo hacen.

- Cinco minutos para comenzar -dice Manolo abriendo la puerta mientras David se ajusta el micrófono.

- Te dejo sólo para que te concrentes -me despido-. ¡Mucha mierda!

- Gracias, Rober.

Se apagan las luces y suena la música.

- Buenas tardes -dice David con gran seguridad de que serán buenas-. Soy el Mago Murphy.

El resto es MAGIA.
 

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