Todas las sociedades humanas son espectaculares en su vida
cotidiana y producen espectáculos en momentos especiales.
Son espectaculares como forma de organización social y
producen espectáculos como este que ustedes han venido a
ver.
Aunque inconscientemente, las relaciones humanas se
estructuran de forma teatral: el uso del espacio, el
lenguaje del cuerpo, la elección de las palabras y la
modulación de las voces, la confrontación de ideas y
pasiones, todo lo que hacemos en el escenario lo hacemos
siempre en nuestras vidas: ¡nosotros somos teatro!
No sólo las bodas y los funerales son espectáculos, también
los rituales cotidianos que, por su familiaridad, no nos
llegan a la consciencia. No sólo pompas, sino también el
café de la mañana y los buenos días, los tímidos
enamoramientos, los grandes conflictos pasionales, una
sesión del Senado o una reunión diplomática; todo es teatro.
Una de las principales funciones de nuestro arte es hacer
conscientes esos espectáculos de la vida diaria donde los
actores son los propios espectadores y el escenario es la
platea y la platea, escenario. Somos todos artistas:
haciendo teatro, aprendemos a ver aquello que resalta a los
ojos, pero que somos incapaces de ver al estar tan
habituados a mirarlo. Lo que nos es familiar se convierte en
invisible: hacer teatro, al contrario, ilumina el escenario
de nuestra vida cotidiana.
En septiembre del año pasado fuimos sorprendidos por una
revelación teatral: nosotros pensábamos que vivíamos en un
mundo seguro, a pesar de las guerras, genocidios, hecatombes
y torturas que estaban acaeciendo, sí, pero lejos de
nosotros, en países distantes y salvajes. Nosotros que
vivíamos seguros con nuestro dinero guardado en un banco
respetable o en las manos de un honesto corredor de Bolsa,
fuimos informados de que ese dinero no existía, era virtual,
fea ficción de algunos economistas que no eran ficción, ni
eran seguros, ni respetables. No pasaba de ser mal teatro
con triste enredo, donde pocos ganaban mucho y muchos
perdían todo. Políticos de los países ricos se encerraban en
reuniones secretas y de ahí salían con soluciones mágicas.
Nosotros, las víctimas de sus decisiones, continuábamos de
espectadores sentados en la última fila de las gradas.
Veinte años atrás, yo dirigí ‘Fedra’ de Racine, en Río de
Janeiro. El escenario era pobre: en el suelo, pieles de
vaca, alrededor, bambúes. Antes de comenzar el espectáculo,
les decía a mis actores: “Ahora acaba la ficción que hacemos
en el día a día. Cuando crucemos esos bambúes, allá en el
escenario, ninguno de vosotros tiene el derecho de mentir.
El Teatro es la Verdad Escondida.”
Viendo el mundo, además de las apariencias, vemos a
opresores y oprimidos en todas las sociedades, etnias,
géneros, clases y castas, vemos el mundo injusto y cruel.
Tenemos la obligación de inventar otro mundo porque sabemos
que otro mundo es posible. Pero nos incumbe a nosotros el
construirlo con nuestras manos entrando en escena, en el
escenario y en la vida.
Asistan al espectáculo que va a comenzar; después, en sus
casas con sus amigos, hagan sus obras ustedes mismos y vean
lo que jamás pudieron ver: aquello que salta a nuestros
ojos. El teatro no puede ser solamente un evento, ¡es forma
de vida!
Actores somos todos nosotros, el ciudadano no es aquel que
vive en sociedad: ¡es aquel que la transforma!
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