Bajo mi punto de vista, el
escritor y profesor Andrés Ibáñez, colaborador habitual del
Suplemento Cultural de ABC, se excede al enjuiciar a la
Pedagogía y a los pedagogos. Estos son los culpables de
todos los males de nuestro sistema educativo, junto a la no
erradicación de la violencia, el absentismo escolar, pérdida
de la autoridad de los enseñantes, etc, sin mencionar a la
siempre criticada LOGSE.
Su feroz ataque a los pedagogos empieza así: “Pedagogía”:
Enseñar a enseñar. La falacia dice que “no sólo es necesario
saber algo, sino que también es necesario saber enseñarlo”.
Este principio o axioma casi místico se basa como el amable
lector habrá visto enseguida, en una presuposición no menos
axial y mística, y no menos falaz que la anterior: a saber,
que todos aquellos que no son pedagogos, no son ni pueden
ser nunca buenos profesores”.
“En lo anteriormente expuesto se encuentran dos falacias.
Sin ellas los pedagogos no podrían existir. Para que existan
pedagogos, para que el pedagogo tenga razón de ser, es
necesario que exista un mal profesor. Por lo tanto, para los
pedagogos, todos los profesores son por definición, malos.
Para los pedagogos, los profesores son una pandilla de vagos
y de anticuados reaccionarios que se niegan a cambiar.”
Si aceptamos lo dicho por el Sr. Ibáñez, estamos ante una
inaceptable situación, muy comprometida, porque respetando
su actitud -sin compartirla- ante un mal profesor surgiría
por generación espontánea, un pedagogo, que de entrada,
también sería malo. Lo que conduciría a crear una eterna
enemistad entre el binomio profesor-pedagogo. Pero, como
suele ocurrir, en un mismo sujeto se puede producir esa
circunstancia binómica. Ello conduciría a que todos los
profesores fuesen buenos, con lo que se extinguiría la
categoría de pedagogo, para la entera satisfacción del Sr.
Ibáñez.
En lo que manifiesta a continuación, puede que en algunos
casos se produzcan, pero que, generalizar, no es correcto.
“El hecho es que en todos los centros de enseñanza siempre
hay personas muy interesadas en la Pedagogía, en la
metodología de la enseñanza, en los criterios de evaluación,
en la elaboración de exámenes, etc. Podíamos calificar a
estos docentes de verdaderos enamorados de la enseñanza. Tan
enamorados están, que en cuanto pueden dejan de dar clases e
ingresan en la secta pedagógica: se meten en la Comunidad,
en el Ministerio, en el Cervantes, quién sabe dónde. Y ya no
vuelven a pisar jamás un aula. Los pedagogos son aquellas
personas que, apasionadamente interesadas por la enseñanza,
no dan clases jamás”.
Párrafo, el anterior, con una intención sobradamente
irónica, que sólo se puede considerar como producto de
alguien que, “seguramente” conocerá muy de cerca el destino
de todos aquellos licenciados que son pedagogos. No digo que
no, que parte de estos licenciados recurran con la
enseñanza, buscándose, legítimamente, un puesto de trabajo.
Pero la realidad no es así. Muchos pedagogos encuentran en
los colegios, algunos aplicando sus conocimientos a sus
alumnos, intentando descubrir problemas que, una vez
resueltos, reviertan en la mejora del rendimiento escolar de
ellos. Son los casos de maestros y profesores pedagogos,
ejerciendo la responsabilidad de tutores; otros se integran
en equipos de orientación en grandes centros escolares;
otros se incorporan a la enseñanza en las Escuelas de
Formación del Profesorado… Una realidad bastante distinta
que la del Sr. Ibáñez, que mete a todos los pedagogos en el
mismo saco”.
No muestra el Sr. Ibáñez ninguna satisfacción al conocer que
los pedagogos “acaban de ganar una gran batalla: el Curso de
Aptitud Pedagógica -que duraba, no lo olvidemos, ¡nada menos
que seis meses!– se verá sustituido por un interminable
Máster con millones de asignaturas, que robará todavía más
tiempo de vida a los pobres desdichados que se metan, a
partir de ahora, en esa trituradora de carne que es el
sistema de oposiciones español. Pero, ¿cómo han podido ganar
esa batalla? Seguramente porque su discurso suena bien y
porque sus afirmaciones parecen inteligentes y sagaces. Por
ejemplo, la idea de que es mejor que el alumno deduzca la
regla que decírsela. Esto parece muy sensato, pero no lo
es…..”.
El CAP posibilita al interesado para poder opositar a
Enseñanza Media y Bachillerato. Los maestros se supone que
no tienen que hacerlo. Tengo alguna experiencia en este
campo, siempre consideré que el curso en sí, por su carácter
informal, necesitaba una transformación, que no sé si ésta
lo será. o que no puedo entender cómo los pedagogos han
conseguido “ganar esa gran batalla” cuando se trata de un
colectivo con escaso peso específico, pese a la naturaleza
de su discurso y afirmaciones inteligentes y sagaces.
Para terminar, y que el lector haga su propia valoración, el
Sr. Ibáñez, se despide así: “El gran enemigo de la Pedagogía
no es ese profesor vago, anticuado y que se niega a cambiar
que es, en gran medida, una creación mitológica de esa nueva
forma de fanatismo dictatorial que se llama Pedagogía. El
verdadero enemigo de la Pedagogía es el buen profesor, el
profesor que tiene experiencia, amor por lo que enseña, un
estilo propio y una personalidad carismática. Ya que el gran
sueño de la Pedagogía es la homogeneización radial y el
control. Que todos hagan lo mismo, que todo sea objetivo de
ese modelo de que todo esté controlado… Lo peor de la
Pedagogía es el horrible aburrimiento que causan todas sus
memeces. Lo peor de los pedagogos es que han obtenido carta
blanca para aburrir hasta la muerte a toda una generación.”
Yo, pedagogo, primero maestro, después profesor-pedagogo,
para terminar de maestro-pedagogo, según los bandazos de
nuestro sistema educativo, por supuesto que no me siento
representado por pedagogo-modelo del Sr. Ibáñez. Hice
Pedagogía y sólo me permitieron utilizarla en beneficio de
mis alumnos. Particularmente cuando tenía responsabilidades
tutoriales, pero todo muy lejos de ese modelo descrito por
A. Ibáñez.
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