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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 25 DE MARZO DE 2009

 

OPINIÓN / EL MAESTRO

¡Pedagogos, no!
 


Andrés Gómez Fernández
andresgomez@elpueblodeceuta.com

 

Bajo mi punto de vista, el escritor y profesor Andrés Ibáñez, colaborador habitual del Suplemento Cultural de ABC, se excede al enjuiciar a la Pedagogía y a los pedagogos. Estos son los culpables de todos los males de nuestro sistema educativo, junto a la no erradicación de la violencia, el absentismo escolar, pérdida de la autoridad de los enseñantes, etc, sin mencionar a la siempre criticada LOGSE.

Su feroz ataque a los pedagogos empieza así: “Pedagogía”: Enseñar a enseñar. La falacia dice que “no sólo es necesario saber algo, sino que también es necesario saber enseñarlo”. Este principio o axioma casi místico se basa como el amable lector habrá visto enseguida, en una presuposición no menos axial y mística, y no menos falaz que la anterior: a saber, que todos aquellos que no son pedagogos, no son ni pueden ser nunca buenos profesores”.

“En lo anteriormente expuesto se encuentran dos falacias. Sin ellas los pedagogos no podrían existir. Para que existan pedagogos, para que el pedagogo tenga razón de ser, es necesario que exista un mal profesor. Por lo tanto, para los pedagogos, todos los profesores son por definición, malos. Para los pedagogos, los profesores son una pandilla de vagos y de anticuados reaccionarios que se niegan a cambiar.”

Si aceptamos lo dicho por el Sr. Ibáñez, estamos ante una inaceptable situación, muy comprometida, porque respetando su actitud -sin compartirla- ante un mal profesor surgiría por generación espontánea, un pedagogo, que de entrada, también sería malo. Lo que conduciría a crear una eterna enemistad entre el binomio profesor-pedagogo. Pero, como suele ocurrir, en un mismo sujeto se puede producir esa circunstancia binómica. Ello conduciría a que todos los profesores fuesen buenos, con lo que se extinguiría la categoría de pedagogo, para la entera satisfacción del Sr. Ibáñez.

En lo que manifiesta a continuación, puede que en algunos casos se produzcan, pero que, generalizar, no es correcto. “El hecho es que en todos los centros de enseñanza siempre hay personas muy interesadas en la Pedagogía, en la metodología de la enseñanza, en los criterios de evaluación, en la elaboración de exámenes, etc. Podíamos calificar a estos docentes de verdaderos enamorados de la enseñanza. Tan enamorados están, que en cuanto pueden dejan de dar clases e ingresan en la secta pedagógica: se meten en la Comunidad, en el Ministerio, en el Cervantes, quién sabe dónde. Y ya no vuelven a pisar jamás un aula. Los pedagogos son aquellas personas que, apasionadamente interesadas por la enseñanza, no dan clases jamás”.

Párrafo, el anterior, con una intención sobradamente irónica, que sólo se puede considerar como producto de alguien que, “seguramente” conocerá muy de cerca el destino de todos aquellos licenciados que son pedagogos. No digo que no, que parte de estos licenciados recurran con la enseñanza, buscándose, legítimamente, un puesto de trabajo. Pero la realidad no es así. Muchos pedagogos encuentran en los colegios, algunos aplicando sus conocimientos a sus alumnos, intentando descubrir problemas que, una vez resueltos, reviertan en la mejora del rendimiento escolar de ellos. Son los casos de maestros y profesores pedagogos, ejerciendo la responsabilidad de tutores; otros se integran en equipos de orientación en grandes centros escolares; otros se incorporan a la enseñanza en las Escuelas de Formación del Profesorado… Una realidad bastante distinta que la del Sr. Ibáñez, que mete a todos los pedagogos en el mismo saco”.

No muestra el Sr. Ibáñez ninguna satisfacción al conocer que los pedagogos “acaban de ganar una gran batalla: el Curso de Aptitud Pedagógica -que duraba, no lo olvidemos, ¡nada menos que seis meses!– se verá sustituido por un interminable Máster con millones de asignaturas, que robará todavía más tiempo de vida a los pobres desdichados que se metan, a partir de ahora, en esa trituradora de carne que es el sistema de oposiciones español. Pero, ¿cómo han podido ganar esa batalla? Seguramente porque su discurso suena bien y porque sus afirmaciones parecen inteligentes y sagaces. Por ejemplo, la idea de que es mejor que el alumno deduzca la regla que decírsela. Esto parece muy sensato, pero no lo es…..”.

El CAP posibilita al interesado para poder opositar a Enseñanza Media y Bachillerato. Los maestros se supone que no tienen que hacerlo. Tengo alguna experiencia en este campo, siempre consideré que el curso en sí, por su carácter informal, necesitaba una transformación, que no sé si ésta lo será. o que no puedo entender cómo los pedagogos han conseguido “ganar esa gran batalla” cuando se trata de un colectivo con escaso peso específico, pese a la naturaleza de su discurso y afirmaciones inteligentes y sagaces.

Para terminar, y que el lector haga su propia valoración, el Sr. Ibáñez, se despide así: “El gran enemigo de la Pedagogía no es ese profesor vago, anticuado y que se niega a cambiar que es, en gran medida, una creación mitológica de esa nueva forma de fanatismo dictatorial que se llama Pedagogía. El verdadero enemigo de la Pedagogía es el buen profesor, el profesor que tiene experiencia, amor por lo que enseña, un estilo propio y una personalidad carismática. Ya que el gran sueño de la Pedagogía es la homogeneización radial y el control. Que todos hagan lo mismo, que todo sea objetivo de ese modelo de que todo esté controlado… Lo peor de la Pedagogía es el horrible aburrimiento que causan todas sus memeces. Lo peor de los pedagogos es que han obtenido carta blanca para aburrir hasta la muerte a toda una generación.”

Yo, pedagogo, primero maestro, después profesor-pedagogo, para terminar de maestro-pedagogo, según los bandazos de nuestro sistema educativo, por supuesto que no me siento representado por pedagogo-modelo del Sr. Ibáñez. Hice Pedagogía y sólo me permitieron utilizarla en beneficio de mis alumnos. Particularmente cuando tenía responsabilidades tutoriales, pero todo muy lejos de ese modelo descrito por A. Ibáñez.
 

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