Oscar Wilde ya escribió en
el siglo pasado que “sólo un imbécil no juzga por las
apariencias”. La imagen de una persona es, sin duda, el
primer mensaje que de ella tenemos. Es de manual saber que
si vestimos desaliñadamente, por ejemplo, no debemos
pretender que nos tomen por un caballero. Por más que los
haya dispuestos a decir que lo dicho entra en el apartado
del clasismo.
Francisco Márquez, consejero de Hacienda, visto
incluso a distancia, como es mi caso, ya que he hablado una
vez con él y fue por medio del teléfono, ofrece una imagen
que transmite la creencia de que estamos ante alguien que
cumple escrupulosamente con la obligatoriedad de los usos
sociales. Y, por ello, uno puede hacerse a la idea de que
concede valor sagrado a un acuerdo verbal. Como ese que hace
que dos personas acuerden cualquier negocio con un simple
apretón de manos. Porque lo conciben una exigencia de rango
superior a cualquier documento notarial o judicial.
Ya sé que los tiempos son otros y que el mirlo blanco
escasea, por no decir que está extinguido; pero queriendo
creer que haya algunos, la apariencia de nuestro consejero
de Hacienda me permite pensar que él está entre esos pocos.
Lo cierto es que cuanto más antiguo es un hábito, vuelvo a
echar mano del libro del ‘Saber Estar’, más se acentúa su
carácter reverencial. La costumbre es asumida como un gran
valor cultural y contravenirla puede constituir una falta
que despierta los sentimientos de culpabilidad y temor. El
propio Montesquieu escribió en una ocasión que “un
pueblo defiende con más pasión sus costumbres que sus
leyes”.
La puntualidad es una costumbre asumida. Llegar tarde a una
cita, si no es por causa mayor, demuestra por parte de quien
se demora una falta de respeto enorme por quien espera. Y,
si además es incapaz de avisar de su retraso, su actuación
propicia que pase, inmediatamente, a empañar esa imagen que
de la persona se tenía.
Hubo un tiempo en el cual yo solía hacer entrevistas
diariamente y quedaba a una hora concreta con los
entrevistados. Y los hubo que decidieron pasarse por el
forro la puntualidad, sin previo aviso y haciéndose los
distraídos. Pues bien, a esos pocos yo les aplicaba el
reglamento: dado su mal comportamiento y por faltarle el
respeto al periódico, he decidido que ya no me interesa
entrevistarle. Y no saben ustedes lo a gusto que me quedaba.
Justo es destacar que ninguno de los impuntuales me había
cautivado por las apariencias.
La semana pasada, entrevistando para la revista ‘Ceuta Siglo
XXI’, y por no sé qué motivo, me vi hablando por teléfono
con Francisco Márquez. Y acordamos vernos el día 19 en un
restaurante céntrico. La imagen del consejero de Hacienda,
mirada desde cualquier ángulo, no me hacía creer, bajo
ningún concepto, que éste pudiera suspender en conducta. Y
ni por asomo se me habría ocurrido pensar que Márquez
pudiera actuar como un dandy: “Siempre resulta agradable que
te esperen y no llegar”.
Pero a medida que el tiempo pasaba, y el consejero no
aparecía, estuve atento a recibir la llamada telefónica con
la que me pusiera al tanto del porqué de su tardanza. Pero
ni sonó el teléfono ni acudió a la cita. Eso sí: por
terceras personas me enteré de que Márquez estaba
indispuesto. Yo, aunque mi imagen diste mucho de ser como la
suya, habría actuado como mandan las reglas de la buena
educación. A mejorarse.
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