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OPINIÓN - MIÉRCOLES, 25 DE MARZO DE 2009

 

OPINIÓN / EL OASIS

Los usos sociales
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Oscar Wilde ya escribió en el siglo pasado que “sólo un imbécil no juzga por las apariencias”. La imagen de una persona es, sin duda, el primer mensaje que de ella tenemos. Es de manual saber que si vestimos desaliñadamente, por ejemplo, no debemos pretender que nos tomen por un caballero. Por más que los haya dispuestos a decir que lo dicho entra en el apartado del clasismo.

Francisco Márquez, consejero de Hacienda, visto incluso a distancia, como es mi caso, ya que he hablado una vez con él y fue por medio del teléfono, ofrece una imagen que transmite la creencia de que estamos ante alguien que cumple escrupulosamente con la obligatoriedad de los usos sociales. Y, por ello, uno puede hacerse a la idea de que concede valor sagrado a un acuerdo verbal. Como ese que hace que dos personas acuerden cualquier negocio con un simple apretón de manos. Porque lo conciben una exigencia de rango superior a cualquier documento notarial o judicial.

Ya sé que los tiempos son otros y que el mirlo blanco escasea, por no decir que está extinguido; pero queriendo creer que haya algunos, la apariencia de nuestro consejero de Hacienda me permite pensar que él está entre esos pocos.

Lo cierto es que cuanto más antiguo es un hábito, vuelvo a echar mano del libro del ‘Saber Estar’, más se acentúa su carácter reverencial. La costumbre es asumida como un gran valor cultural y contravenirla puede constituir una falta que despierta los sentimientos de culpabilidad y temor. El propio Montesquieu escribió en una ocasión que “un pueblo defiende con más pasión sus costumbres que sus leyes”.

La puntualidad es una costumbre asumida. Llegar tarde a una cita, si no es por causa mayor, demuestra por parte de quien se demora una falta de respeto enorme por quien espera. Y, si además es incapaz de avisar de su retraso, su actuación propicia que pase, inmediatamente, a empañar esa imagen que de la persona se tenía.

Hubo un tiempo en el cual yo solía hacer entrevistas diariamente y quedaba a una hora concreta con los entrevistados. Y los hubo que decidieron pasarse por el forro la puntualidad, sin previo aviso y haciéndose los distraídos. Pues bien, a esos pocos yo les aplicaba el reglamento: dado su mal comportamiento y por faltarle el respeto al periódico, he decidido que ya no me interesa entrevistarle. Y no saben ustedes lo a gusto que me quedaba. Justo es destacar que ninguno de los impuntuales me había cautivado por las apariencias.

La semana pasada, entrevistando para la revista ‘Ceuta Siglo XXI’, y por no sé qué motivo, me vi hablando por teléfono con Francisco Márquez. Y acordamos vernos el día 19 en un restaurante céntrico. La imagen del consejero de Hacienda, mirada desde cualquier ángulo, no me hacía creer, bajo ningún concepto, que éste pudiera suspender en conducta. Y ni por asomo se me habría ocurrido pensar que Márquez pudiera actuar como un dandy: “Siempre resulta agradable que te esperen y no llegar”.

Pero a medida que el tiempo pasaba, y el consejero no aparecía, estuve atento a recibir la llamada telefónica con la que me pusiera al tanto del porqué de su tardanza. Pero ni sonó el teléfono ni acudió a la cita. Eso sí: por terceras personas me enteré de que Márquez estaba indispuesto. Yo, aunque mi imagen diste mucho de ser como la suya, habría actuado como mandan las reglas de la buena educación. A mejorarse.
 

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