Enterados están ustedes, porque
nunca me canso de decirlo, que yo suelo leerme incluso los
prospectos de los medicamentos; que ya hay que tener valor
para hacerlo. Puesto que nada más enterarme de las
contraindicaciones de cualquier medicina, lo primero que
hago es encomendarme a todos los santos para que, una vez
sometido al tratamiento, al menos me quede como estaba. Y
todo porque los prospectos más que meterme el miedo en el
cuerpo lo que logran es aterrorizarme.
Reconozco, pues, que ser lector compulsivo tiene también sus
desventajas, y aspectos negativos. Y no sólo por esa
obsesión de empaparme de cuantas explicaciones traen los
impresos explicativos que acompañan a cualquier mercancía,
especialmente medicamento. Sino por atreverme a leer ese
escrito que los muchachos de UDCE y PSPC han dado en llamar
protocolo que definirá las bases de colaboración entre ambas
formaciones.
Es un escrito que si ha caído en las manos, cosa que no
creo, del autor del Diccionario del español “eurogilipuertas”,
Luis Díez Jiménez, habrá exclamado, a voz en cuello,
que quienes han redactado ese documento merecen ser
denunciados por corruptores de la lengua que hablamos y
escribimos. Yo no llego hasta ese extremo. Por razones
obvias. Aunque cuanto más veces leo lo escrito por el trío
de la bencina; es decir, por Mohamed Alí, de un lado,
y del otro, por Iván Chaves y Aróstegui, más
me afirmo en la idea de que éstos merecen que a chufla los
tome la gente. Por mucha pena que a mí me dé lo que acabo de
decir.
Pena, sí; han leído ustedes bien. Pena por Mohamed Alí. De
quien creí, en su día, que estaba sumamente capacitado para
convertirse en un político destacado y, sobre todo,
necesario para defender los intereses de esta ciudad.
Pensamiento compartido por otras muchas personas que nada
tenían que ver con la UDCE y que ni siquiera habían hablado
nunca con su líder.
Pero Alí, que pronto se sintió frustrado por creer que el
trato recibido del Gobierno presidido por Vivas no
era el que él merecía por ser el segundo político más
votado, le dio rienda suelta a su susceptibilidad. Y ya fue
propenso a sentirse ofendido o menospreciado por cualquier
quítame allá esas pajas que procediera de los gobernantes. Y
comenzó a desnortarse sin prisas pero sin pausas. Y
aparecieron sus vaivenes continuos y sus decisiones tan
extrañas como inoportunas en todo momento para su
credibilidad cual político. Crédito que fue cediendo entre
propios y ajenos a sus ideas.
En realidad, MA ha venido comportándose de manera tan
absurda como para que su popularidad haya descendido hasta
extremos insospechados. Y, para colmo, el demonio, que está
al cabo de la calle, lo ha tentado para que se eche en los
brazos de un tipo perdedor y que suele contagiar su mal
bajío. Y ha picado.
Y así, poniendo su firma en ese protocolo, bodrio por
cualquier sitio que se lea, ha conseguido entrar, al fin, a
formar parte de eso que Chaves y Aróstegui llaman estar
“incardinados en el espectro ideológico de la izquierda”.
Una frase que, traducida al español de toda la vida,
significa que Alí pertenece ya por derecho propio al club de
los fantasmas localistas. Grupo capaz de convertir a Ceuta
en un paraíso. A chufla se los debe tomar la gente. Y a mí
me da pena por Alí. Créanme que sí.
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