Amigo soy, ya saben, de jugar con
las palabras y de escribir, sobre todo, entre líneas. Y el
que no se entere, francamente, es que no merece -o no
quiere- enterarse. Cada vez más, levanto acta de lo que veo
y que salga el Sol por Antequera. Digo. Las reacciones me la
traen al pairo porque mi intención no es otra que la de
comunicar, informar al lector, darle pautas para la
reflexión, el análisis y la toma de posiciones. No escribo
para agradar, sino para compartir. Y que cada palo aguante
su vela. Digo otra vez. Y digo bien, carajo.
Ayer y al término de un coloquio en Rabat sobre “Marruecos y
España, memoria compartida y miradas cruzadas”, organizado
al alimón por la Fundación El Legado Andalusí, el Comité
Averroes y el Instituto de Estudios Hispano-Lusos (IEHL), en
el que participaron entre otros Antonio Reyes por El Legado
Andalusí y Dolores López, directora del Instituto Cervantes
de Marrakech, en declaraciones a la MAP el director del
Centro de los Estudios e Investigaciones en Ciencias
Sociales (CERSS), Abdellah Saaf, aprovechó para convocar a
Marruecos y España a “compartir mejor la memoria común”.
Memoria “compartida”, diría yo. Pero bueno, vale.
Por lo demás, en el encuentro los asistentes homenajearon al
diplomático Alfonso de la Serna (1922-2006), embajador de
España en Rabat entre 1977 y 1983, además de miembro desde
1984 y hasta su fallecimiento de la Academia del Reino de
Marruecos. Ahí es ná. Sobre De la Serna y su amistosa mirada
a nuestros vecinos del sur, retengo dos reseñas en mis
archivos de “La Mañana del Sáhara y del Maghreb”, de agosto
de 2002 y un mes más tarde de “La Gazatte du Maroc”, con
fecha 2 de septiembre. En este último semanario, Fouad
Kadiri escribía: “(De la Serna) s´est attaché, en fin et à
fond, à faire admettre à ses concitoyens ibériques, les
valeurs sanctifiées des Marocains quant à leurs principes
religieux et sociaux (…)”, añadiendo: “Enfin, l´auteur s´est
dit convaincu de l´amitié hispano-marocaine qui est, du
reste, la meilleure garantie pour la paix et la convivialité
mutuelle”. Kadiri comentaba así una obra clásica de nuestro
diplomático, “Al sur de Tarifa. España-Marruecos: un
malentendido histórico” (Marcial Pons Ediciones, Madrid,
marzo 2001), cuya sugerente y amena lectura me permito
recomendar al amable lector. Entresaco tres citas del
capítulo XI y último del libro, dedicado a Ceuta y Melilla (págs.
277 a 319), a ver qué opinan encareciéndoles su atenta
lectura: “Ceuta y Melilla son, desde hace siglos, dos
ciudades españolas, construídas principalmente por
españoles, habitadas mayoritariamente por españoles, regidas
conforme a las leyes españolas y, en fin, siguiendo su vida
cotidiana según los usos y costumbres tradicionales
españoles. Pertenecen pues, de hecho, al patrimonio
histórico de España” (…) “Sin embargo, desde que Ceuta fue
conquistada, en 1415, por los ejércitos de Portugal y desde
que Melilla lo fue por los soldados del duque de Medina
Sidonia en 1497, ambas ciudades han vivido precariamente, en
frecuente zozobra, por los ataques y cercos militares a que
les han sometido los combatientes marroquíes a lo largo de
los siglos” (…) “Habrá que preguntarse, pues, por qué cinco
siglos no han bastado para consolidad la posesión española
de ambas ciudades y dejar de ser materia de disputa”. Dos y
dos son cuatro. Suma y sigue. Visto.
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