El taxista que me recoge a la
altura del Ayuntamiento es muy leído y los medios le
publican artículos que suelo yo leer. Y si coincidimos
charlamos durante todo el trayecto. En esta ocasión, lo
primero que hizo es darme las gracias por la columna que le
dediqué a su compañero Abdeselam Ahmed Laarbi, cuando
éste se encontraba detenido por error en una cárcel de
Marruecos.
Y a mí sólo se me ocurre responderle que, al parecer, el
único que no se ha enterado aún de lo que escribí acerca de
su detención y, sobre todo, de su forma de ser, es el propio
Abdeselam. Quien días antes, debido a que nos conocemos
desde hace muchos años, se me había quejado amargamente de
que no me hubiera acordado de él en momentos tan difíciles.
Sentimiento que me expresó desde el interior de su coche
mientras yo cruzaba un paso de cebra.
Y de ese asunto pasamos a hablar del Plan de Empleo. Y el
taxista, hombre que se estima lo suficiente como para ser
muy crítico y no pararse en barras a la hora de despotricar
contra cualquier decisión de las autoridades, me dijo que no
entendía por qué el secretario general de Comisiones Obreras
había censurado de manera desabrida –el taxista es persona
muy cultivada- al Delegado del Gobierno por haberse reunido
con todos y cada uno de los 2000 trabajadores del Plan de
Empleo.
Y me explicó, así por encima, cómo un cuñado suyo fue
atendido por José Fernández Chacón, con sencillez y
amabilidad extraordinarias, mientras que firmaba el
documento que le acreditaba como trabajador. Y, de paso, los
trabajadores recibían en grupos de 20 las explicaciones del
Delegado de todo lo correspondiente a sus deberes y
derechos. Incluso me aclaró que las colas que se habían
formado fueron motivadas porque muchos trabajadores
acudieron a la cita antes del horario que les había sido
asignado.
Todo ello es tan cierto como que muchos de los componentes
del Plan de Empleo jamás antes habían tenido la oportunidad
de acceder a la Delegación del Gobierno. Ni se les había
reunido con el propósito de que expusieran sus problemas
antes de estampar la firma en el contrato. Porque lo
acostumbrado, en estos casos, era que el personal acudiera a
la Unidad de Promoción y Desarrollo de Ceuta. Y allí todo se
hacía con la frialdad que suele caracterizar el cumplimiento
del requisito de la firma.
Dado que circulábamos en horario de salidas de colegio y el
tráfico era tan denso como lento, todavía tuve tiempo de
preguntarle al taxista si había leído lo dicho por el
secretario general de Comisiones Obreras al día siguiente de
haber acusado a Fernández Chacón de ser ‘Un mercader de la
miseria’. Y me dijo que no.
Y, por tanto, no tuve el menor inconveniente en contarle que
el tal Aróstegui reconocía que gracias al Delegado
del Gobierno era evidente que la selección de los
trabajadores del Plan de Empleo se hacía de forma ejemplar.
Y el taxista, con el ceño fruncido y reaccionando con cierto
nerviosismo, intervino: ¿Me puede usted decir a qué viene el
que ese muchacho, Aróstegui, insista en la contradicción
permanente? ¿Qué le pasa? ¿Acaso no duerme bien? En fin, que
sindicalistas así, suelen dar tan mal ejemplo que acaban
echando por tierra la labor destacada de otros compañeros.
¿O no, De la Torre? Final del trayecto...
|