Fernando Marín López fue un
subdelegado del Gobierno que en el año de 1982 estaba hasta
los cataplines del cargo que ostentaba. Y quienes le
conocían llegaron a decir que las críticas acerbas recibidas
a diario habían conseguido avinagrarle el carácter.
Pocos días antes de dejar su cargo, Marín López fue
entrevistado por Francisco Amores, ‘Curro’,
entrevista que conservo y en la que el famoso periodista le
preguntó, entre otras cosas, lo siguiente: “¿Qué impresión
ha sacado de los ceutíes?”. Y el subdelegado del Gobierno
respondió así:
-El ceutí es un buen amante de su tierra, quizá
excesivamente apasionado en juzgarla y defenderla. No
consiente, además, ni una sola expresión de crítica
referente a su ciudad. Y se significa por ser más español
que nadie y habla de Ceuta como la ciudad más española. Pero
todo ello es de palabra. Nunca de hecho” (jueves, 10 de
marzo de 1982).
La contestación de aquel hombre, dolorido hasta extremos
insospechados porque cualquier cosa que hiciera o dijera era
enjuiciada con ferocidad inusitada, por lo más granado de la
ciudad, reflejaba un tremendo dolor y un asomo de
resentimiento contra quienes no tenían miramientos o reparos
para sambenitarlo a cada paso.
Marín López dejó de frecuentar el famoso ‘Rincón del
Muralla’, debido a que un día otra autoridad, con la que se
llevaba mal, soltó en su presencia una frase hiriente, que
en aquella época solía ser muy usada para indicarles a los
foráneos ‘molestos’, el camino hacia la Península: “El barco
sale a las ocho”.
Un dicho tan rancio, tan lleno de fobia hacia el forastero,
y preñado de mentalidad estrecha y provinciana, que nada
tiene que ver con esa mayoría de ceutíes dispuesta siempre a
ser generosa con cuantos arriban a esta ciudad, fue cayendo
en desuso, afortunadamente. Si bien es cierto que todavía
hay individuos que disfrutan tratando de zaherir a los
llegados de afuera con expresiones miserables. Yo las he
oído y hasta he sido víctima de ellas en alguna ocasión.
Por todo ello, me sigue pareciendo ridículo como fuera de
lugar que en una ciudad donde se nos llena la boca cuando
hablamos de la unidad de España, los haya convencidos de que
todas las personas llegadas de afuera, cuando les toque
marcharse de esta ciudad por terminar sus funciones
profesionales, ‘nos harán el consabido corte de mangas desde
la bocana del puerto’.
Pensar así, aunque pueda haber casos aislados de autoridades
maltratadas o de funcionarios que no hayan sido capaces de
adaptarse a la vida de una Ceuta a la que se puede echar de
menos cuando apenas se han pasado tres días lejos de ella,
no es de recibo. Y, desde luego, airearlo contra alguien es
más grave que recurrir a los insultos.
Cualquier ciudadano que se manifieste contra los venidos de
la otra orilla, porque sí, no hace sino denigrarse. Pero si
quien lo hace es persona formada en todos los aspectos y
político aspirante, por qué no, a convertirse en candidato a
un cargo donde nadie le pueda decir dónde debe sentarse,
resulta absurdo. Y la mejor manera de tirar piedras contra
el tejado de sus deseos fervientes de hacer la mejor carrera
política. Y, por encima de todo, perjudica a la muy noble y
leal ciudad donde le nacieron. Lo cual es puro accidente.
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