Vengo de un velatorio, murió el
padre de un buen amigo mío, Samuel Cabrera, que estuvo
viviendo en Castillejos hasta la declaración de
independencia de Marruecos –según me cuenta la familia- y
que en 1956 se vino a vivir a Catalunya. Murió a los 83 años
de edad y la verdad es que yo no lo he conocido nunca.
En las postrimerías del entierro nos hemos reunido, en un
bar, algunos viejos compañeros del equipo de fútbol Sociedad
Plà d’en Boet, el último equipo de mi vida deportiva (hoy
desaparecido o con otra denominación) y en el que también
jugaba mi amigo cuyo fallecido padre nos hizo reunir.
Muchos de ellos son personas totalmente desconocidas para
mí, en la actualidad, pese haber estado con ellos tres años.
Veintidós años pasados han borrado de mi mente sus nombres,
sus costumbres y sus gustos.
No pasa lo mismo con aquellos compañeros de los lejanos
tiempos del Club Deportivo Diamante de Ceuta, de Juan
Blanca, a los que sí recuerdo vividamente como si fueran
ayer cuando los he visto… los Bascuñana, Blasco, Benítez,
Rafael “El Gitano”, Jiménez, Moreno, Álvarez, Domínguez,
etc., siguen en mi memoria. Y eso que eran tiempos
lejanísimos, algo más de cuarenta y cinco años, cuando me
fui de Ceuta. Cosa rara ¿no? ¿alguien me puede explicar eso?
A Bascuñana lo vi en la última Feria de Ceuta, con su mujer,
cobijado bajo la inmensa obra luminosa de la entrada del
Real de la Feria que imitaba a la perfección la Casa de los
Dragones. Lo reconocí al instante, pese a que su físico no
es el de antes, y él tardó un rato en darse cuenta de quién
era el que tenía delante. El abrazo que nos dimos después de
cuarenta años sigue en mi pensamiento. Poco después conseguí
abrazar a Blasco y a Domínguez, que juntos entraban a cenar
en La Pérgola.
Bueno, en la reunión que mantuvimos después del óbito,
sacamos a relucir la cuestión de los herederos. Todo vino de
pronto al entrar el hijo del fallecido y comunicarnos que
estaba rabioso por cuestiones de herencia contra la segunda
mujer de su padre, la actual viuda. Su madre murió años
atrás víctima de cáncer mamario. La verdad es que no
sabíamos que hacer o decir porque era una cuestión de una
única incumbencia: la de los familiares del muerto. Menos
mal que salió al paso uno de mis compañeros, abogado, y se
lo llevó aparte para tratar de calmarlo y asesorarle en lo
que sabe.
Solo podía decirle, aunque el compañero abogado no me dio
tiempo, que la ley le atribuye diversas facultades entre la
que está la legitimidad para impugnar un testamento,
oponerse al mismo o cuantas acciones judiciales considere
necesarias para defender sus derechos, aparte de la legítima
obligatoria.
En mi caso nunca ha habido problemas por cuestiones de
herencia. Mis hermanos son gente civilizada y no suelen
discutir absolutamente por nada que está regulado
legalmente. Aparte de ello, me llevo muy bien con todos
aunque los veo en raras ocasiones, más por la distancia que
por otras cosas.
Sin embargo, he notado que en varias familias reinan la
discordia precisamente por culpa de las herencias, sobre
todo en las familias más adineradas, y mucha gente que
conozco personalmente, ya sea del mundo laboral como
deportivo y social, no se hablan con sus hermanos u otros
familiares por esa causa.
Las opiniones sobre las herencias son varias aunque se
pueden resumir en dos: la más corriente, la legítima, sirve
como protección familiar y del derecho que surge por la
sanguinidad. La contraria es la autonomía de la voluntad del
muerto que debería primar en las declaraciones
testamentarias, dado que debería decidir el destino de sus
bienes, ya que son de su propiedad.
Bueno, ignoro qué me han dado para escribir sobre este tema.
Sólo quería resumir un caso que se ha dado ante mis narices
y no para dar una especie de “chuleta” sobre herencias ni
herederos.
Este domingo lo disfrutaré como mejor pueda, en plena
campiña de “El Corredor” del Montseny volveré a hartarme de
“calçots”, alcachofas y costillas de cordero…
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