Es un hecho evidente que muchas
personas que son incapaces de escribir dos o tres párrafos
sobre cualquier asunto, cuando muere alguien apreciado,
hacen un esfuerzo considerable y redactan con celeridad su
nota de homenaje al fallecido y la envían a los medios sin
ningún tipo de ínfulas.
Muchas de esas necrologías, semblanzas en honor de alguien
fallecido recientemente, por más que aparezcan repletas de
expresiones incorrectas, son tan sentidas que merecen el
mayor de los respetos. Máxime cuando uno se percata del
enorme esfuerzo que debe haber realizado el autor del
escrito, por carecer de la costumbre de escribir.
Del adiós a los muertos, o sea, de despedirlos
literariamente, hay una joya hecha por quien fuera maestro
del periodismo, desde que comenzó a escribir en los años
veinte: César González Ruano. Y que está dedicada a
su amigo, otro escritor de tronío, Agustín de Foxá.
‘Nacimiento de Agustín de Foxá’ es el título de esa
necrología repleta de sentida ironía y regada con lágrimas
que al tocar el papel se convierten en vocablos y
expresiones que refulgen más que el sol.
No soy yo muy dado a recrearme en la muerte, porque creo que
la verdadera libertad es gozar de la vida; pero reconozco
que he leído cientos de veces ese canto que hizo de ella,
González Ruano, dedicado a Foxá, compañero de tertulias y de
correrías noctívagas. Una despedida que éste, de haber
podido, habría celebrado llenándose la botarga de wisky.
Por tal motivo, o sea, porque escribir de los muertos me
deprime, y porque creo que para hacerlo hay que hacerlo
bien; algo imposible para mí, después de lo escrito por el
maestro González Ruano, o lo que a la muerte de éste
escribió de él Jaime Campmany, suelo yo tocar poco,
por no decir casi nada, ese género.
Mas días pasados, cuando me enteré de la muerte de Manolo
Berlanga, quien había participado activamente en la
política local y fue también destacado sindicalista, estuve
tentado de perder mi complejo de letraherido para dedicarle
una semblanza sencilla, cálida y sobre todo merecida. Debido
a que siempre había mantenido unas relaciones estupendas con
él; la cual nos había permitido el poder hablar en corto y
por derecho, cada vez que se encartaba.
Pero reconozco que ocurrió algo que me enfrió. Que me hizo
desistir de la idea de escribirle. Me explico: hubo alguien
que se me adelantó con una nota que más bien parecía la
historia de un niño repelente, dándose pote de haber crecido
poco más o menos que en un cenáculo frecuentado por
escritores, pensadores y políticos de fuste. Y no era eso lo
que le tocaba escribir del amigo fallecido.
El niño repelente, que escribe quincenalmente y tratando de
denigrar a quienes lo hacen a diario, aprovechó la ocasión
para contar su niñez y los argumentos políticos de su
progenitor, olvidándose de que en ese momento primaba por
encima de todo la figura de MB. El niño repelente, crecidito
ya, debería leer más antes de meterse en camisa de once
varas. O sea, en hacer necrologías sin ton ni son. De lo
contrario, mi apreciado Juan José Coronado tendrá que
desistir de designarle persona influyente en Ceuta. Porque
como escribe Iván Chaves uno no desea ni su halago
impreso ni mucho menos una necrología dedicada. Ojú...
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